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jueves, 14 de mayo de 2015

LOS CUATRO DE LA VESPINO



LOS CUATRO DE LA VESPINO

Corría el año 1979. La patrulla de guardiaciviles se incorporaba a la carretera con el propósito de regresar al puesto, finalizándose ya el servicio de mañana, cuando vieron  a aquellos cuatro gitanitos adolescentes pasar como una exhalación, subidos en una Vespino. Sí, sí, repetimos: cuatro en una Vespino, es decir, un ciclomotor de 49 cc³. Bajaban la cuesta existente entre las localidades de Sotillos y Olleros de Sabero, en la provincia de León, a una velocidad que a día de hoy continúa imbatida. Iban gritando y riendo, ajenos al mundo, como suelen, botando en cada bache de los muchos con que contaba el asfalto producidos todos por los camiones del desmonte que, de aquella, empezaban a operar en el valle en la mina a cielo abierto descarnando con fiereza las entrañas y la piel de la tierra, superando con creces el límite de velocidad y el de cupo, y jugándosela no sólo con las leyes de tráfico sino también con las de la física. Cosas de juventud.
«¡A por ellos, Mariano!», grita el cabo. Puestos  a su altura, empresa nada fácil, les dan el alto, o más bien el «¡Alto, cojones!»; lo cual aún tardaron en cumplir  por la endiablada inercia. Qué más quisieran que poder hacerlo: Chirriar de neumáticos. Humo. Polvo. Uno de ellos cerró los ojos, el resto apretaron los dientes. Doscientos metros más allá, justo al final de un visible frenazo de unos ciento treinta, los ocho pies tocaron finalmente el suelo, y para cuando entraron en el campo de visión de los guardias ya habían puesto cara de primera comunión. Los agentes se bajaron del heroico 4L y se dirigieron a los jóvenes  con paso decidido, moviendo bigotes y con un rictus de enfado cojonudo. Tal como el sheriff cuando encañona al malo, o peor.
—¡Os voy a meter una multa de la que no os salva ni Perry Mason! ¡Os habéis vuelto locos o qué! ¡No veis que os podáis haber matado, desgraciados! —vociferó el cabo.
—Ja, señor guardia, que no hacíamos mal a naidie —repuso el temerario conductor con el inequívoco tono de pretender o ser zalamero o vender algo, o ambas .
—Pero, animal, cómo tuviste esa ocurrencia… ¡Cómo es que ibais cuatro!
Al oír «cuatro» los gitanos miran hacia atrás, gritan, y luego, volviendo las cabezas con cara de angustia, gritan de nuevo y al unísono frases que los guardias interpretan como:
—Ja, que se nos ha caído El Piruleta y se nos ha matao.

En algún punto kilométrico del camino El Piruleta camina deslomado, cuesta abajo, maldiciendo a sus compañeros de viaje. Eran: Los cinco de la Vespino.
©Humberto, 2011.