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martes, 28 de marzo de 2017

LOS POLICÍAS CANOROS






La Policía Especial de Tánger la formaban, a partes iguales, 103 policías franceses, de la Gendarmería, y 103 policías españoles, de la Policía Armada, cuyo mando corría a cargo del teniente Coronel don Matías Sagardoy. Su misión era el mantenimiento del orden público, la seguridad y el control y vigilancia de entradas y salidas de la ciudad marroquí del entonces protectorado francés. Corrían los años 50 y entre uno y otro escuadrón había en general muy buena camaradería y excelente relación. Así, cuando los gendarmes celebraban su patrón, o su fiesta nacional, los españoles lo celebraban con ellos, y viceversa. Un año los franceses, tras la comida, improvisaron un coro y gustó tanto que en lo sucesivo se estableció por costumbre celebrar un duelo polifónico entre ambos escuadrones. Dos coros polifónicos se enfrentaban cantando canciones propias del país. El coro de los franceses, para desesperación del orgullo del capitán español, daba sopas con hondas a su coro. Una vergüenza. Un desastre. Porque la formación de los policías armados no sabía cantar más que aquello de La Rana Debajo del Agua. Y regular. Eso sí: formaban un corro muy apañado, en círculo, echándose el uno la mano sobre el hombro del otro, lo cual al menos hacía gracia. Los gendarmes, en cambio, deleitaban con una variado repertorio de canciones folclóricas, sin repetir, y contaban además con un divo, un hombre que cantaba realmente bien y que sabía de música lo suficiente para organizar un coro como era debido, con sus respectivos ensayos.
Hasta que un buen día ocurrió algo inesperado. Coincidiendo con la festividad del Santo Ángel, patrono de la Policía Armada, el barítono español Pedro Terol estaba pasando unos días de visita turística en Tánger, y el capitán Sánchez, que era muy amigo suyo, paisanos de Orihuela, se fue a visitarlo al hotel en que se hospedaba. Entre copas, le expuso su drama. Y, allí, en ese momento, urdieron el plan de desquite: Terol se vestiría de uniforme y se haría pasar por policía para arrancarse en la comida por lo que él quisiera, pero sin darse a conocer.
Efectivamente. Pedro Terol se calzó el uniforme de Policía Armada y aguantó, fusil en ristre, la revista que pasaron el embajador español y el francés al contingente, y todo el tiempo que duró la campaña sin  levantar las más mínimas sospechas. Ya en los comedores, estando en los postres, el capitán pidió, como era la costumbre, la venia de los embajadores para que uno del Escuadrón Español cantase algo. Para amenizar, concretó. El embajador de España, cansado de lo de la rana, le miró con benevolencia, y dijo:
—Bueno, que cante.
Y Pedro Terol, se levantó. Contrajo el diafragma y mirando a todos, se arrancó con divina voz:

Si vas a Calatayud / pregunta por la Dolores; / que una copla la mató / de vergüenza y sinsabores…

Se hizo el silencio más absoluto en toda la sala. Aquella voz prodigiosa, aquella canción que hablaba sobre una mujer deshonrada, cayó sobre sus cabezas como un espíritu y fue adueñándose por completo de la estancia y de los ánimos de los presentes, colándose a  través de puertas y ventanas y llegando hasta las cocinas y a los patios atrajo la atención de los empleados del acuartelamiento que se apresuraron a asomarse para mirar, arracimándose como podían en los umbrales. El Capitán francés se iba quedando más y más atónito ante cada nuevo registro de la voz de aquel policía español, más y más perplejo a medida que la canción subía de tono; los embajadores, extrañados, se miraban y clavaban la vista en el capitán Sánchez, quien disimulaba su regocijo, como diciendo: «aquí hay tongo». Cuando Terol hubo acabado la que probablemente fuese la mejor jota de la Dolores que había interpretado en su vida profesional, se quedó de pie, sonriente, la frente alta, y todos, sin excepción, le aplaudieron a rabiar, entusiasmados, acoplándose los vítores enardecidos de la parte española, y el capitán francés, que en lo canoro no había conocido la derrota, se quedó literalmente hecho polvo, negando con la cabeza. Quién demonios era aquél policía y de dónde había salido.
Finalmente el capitán Sánchez reveló  el engaño así como la identidad del barítono disfrazado. Rieron con cierto alivio. El Teniente Coronel Sagardoy, que encajaba muy bien ese tipo de humoradas, ladeó la cabeza y le dijo al oído:
—Ya era hora de que aprendieran.





2017