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domingo, 19 de septiembre de 2021

LA CAPA










Cuenta Pemán una anécdota, que recuerdo haber leído pero que no consigo encontrar en la red (todo lo de este hombre está desaparecido), sobre el golpe de Pavía y que osaré versionar. Parece ser que justamente diez minutos después de que los diputados hubieran jurado morir allí dentro antes que el deshonor de salir, uniéndose a la proclama de Salmerón, que era quien en un enardecido discurso lo había dicho el primero («Yo declaro que me quedo aquí y aquí moriré»), ante el anuncio de un oficial de que al término del plazo impuesto serían pasados por las armas si no desalojaban el hemiciclo y al oírse algunos disparos en la galería inmediata al salón de sesiones, se produjo una desbandada y todos, marica el último, corrieron a la calle a ponerse a salvo, algunos incluso saltaron por las ventanas presas del pánico. El caos y la premura fueron tales que muchos de los diputados no pudieron recoger el gabán del guardarropía y se vieron en la calle, primeras horas de la glacial mañana madrileña, vestidos nada más que con levita. Ese fue el caso de un taquígrafo de escasa figura, flaco y bajito, que cuando ya, jadeante, de tarde, llegaba hasta su domicilio se encontró con un diputado y vecino al que contó lo sucedido.

–Ya ve, ni honor ni capa me han quedado.

–¿Y no podría acercarse al Congreso ahora que la cosa se habrá calmado ya, y recuperar la capa? Quien encuentra la albarda y no el burro, ni todo lo pierde ni todo lo halla.

El vecino, que era un gigantón, le prestó su propia capa y le animó, dándole fuertes golpes en la espalda, a que desanduviera el camino, se diera a valer ante los guardias que hubiera de custodia y recuperase la suya. Y el hombrecillo, con aquella prenda que le sobraba por todas partes y que arrastraba por el suelo como cola de penitente, así lo hizo, volvió sobre sus pasos y, de aquella guisa, se encaró con el primer guardia que estaba de centinela en las Cortes.

–Mire usted –le espetó–, le exijo encarecidamente que me deje pasar.

El guardia se lo quedó mirando un instante de arriba abajo, movió el mostacho, y dijo:

– ¿Pero cuántos venís ahí dentro?


©Humberto 2021