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miércoles, 1 de mayo de 2024

OBITUARIO

 


Descansa en paz, Auster. La música del azar sonó para ti por última vez en la ciudad de cristal.
Con esas palabras podría abrirse el telón final de una vida dedicada a desentrañar los misterios que laten bajo la superficie de lo cotidiano, a escuchar el murmullo oculto del destino que se filtra entre las calles de Brooklyn, de Nueva York, de cualquier ciudad en la que un hombre camina buscando el sentido de sí mismo.

Paul Auster fue, ante todo, un arquitecto de lo improbable. Desde sus inicios marcados por la precariedad, los trabajos ocasionales y la traducción como salvavidas, hasta su consolidación como una de las voces más singulares de la literatura contemporánea, persiguió siempre la misma pregunta: ¿qué fuerzas invisibles trazan el mapa de nuestras vidas? En La trilogía de Nueva York —ese monumento literario que descompone la novela policial hasta dejarla convertida en un espejo existencial—, Auster inauguró un territorio nuevo en el que identidad, lenguaje y destino se entrelazan con la precisión de un mecanismo secreto.

Su obra se fue desplegando como un laberinto de historias que se contienen unas a otras: El palacio de la luna, Mr. Vértigo, El libro de las ilusiones, Leviatán. Cada una, un intento por captar el instante en que la vida cambia de rumbo sin avisar; cada una, una meditación sobre los actos mínimos que definen el rumbo de un alma. Y siempre, detrás de todo, esa mezcla de melancolía y maravilla que era su sello: la certeza de que el azar no es caos, sino una forma de música.

Auster escribió también sobre el amor, la pérdida, el silencio, la fragilidad del cuerpo, los abismos de la memoria. En Diario de invierno y Report from the Interior se abrió en canal para mirar de frente su propia existencia. En 4 3 2 1 levantó un monumento a la multiplicidad del ser, imaginando no una vida, sino todas las que podrían haber sido. Incluso en sus últimos años, atravesados por la enfermedad y el duelo, mantuvo la mirada lúcida, ese tono suyo —sereno, íntimo, lleno de gravedad— que hacía del lector un confidente.

Paul Auster fue un caminante de mundos paralelos, un genealogista de casualidades, un narrador que entendió que la realidad es siempre más fantástica de lo que la ficción se atreve a admitir.

Hoy, que su voz se apaga, permanece lo esencial: la obra, que sigue respirando; las preguntas, que continúan vibrando en cada página; los personajes, que aún se asoman desde las esquinas de la ciudad para recordarnos que todos somos una historia en curso.

Descansa en paz, Auster.
Tu música sigue sonando.