Para Ana.
Te llegó de repente, sin previo aviso.
Con la sencillez con la que, mano en alto,
te despediste ese día del Hotel,
pusiste luego un pie en el umbral del más allá.
Sin hacer ruido,
como en un susurro,
cruzaste al otro lado de la barrera,
sin un adiós,
con la prisa
de quien aún tenía tanta vida.
La gracia serena del día enmudeció.
El aire se volvió más lento.
Quedó flotando tu risa en el aire.
Estancias en silencio,
pasillos con ecos de tu memoria,
de tu paso sereno,
de los «buenos días»,
de la sonrisa franca,
del gesto amable.
Soñando por ese cielo,
hacia un mar de rosa y sol,
te vemos volar ligera,
como quien por fin llegó
a un lugar donde el tiempo no duele,
donde la luz tiene tu voz.
Y al este del Edén habrá una recepción:
una mesa tendida,
una puerta abierta,
y tú —con tu eterna sonrisa—
dando la bienvenida.