Ex libris
Por Karim Taylhardat
‘De entre los
libros’; ‘uno de los libros’, e ‘inscripción seguida de nombre o
iniciales’; ‘posesión o marca, o contraseña’; ‘indicación de
pertenencia’; ‘justificación del dominio’; ‘volumen que forma parte
de’; y, según el marqués Piedras Albas, «marca que equivale a un título legítimo
de propiedad sobre uno de los libros, hecha por el dueño de la biblioteca», colocada,
acaso, en el revés de la cubierta o en la portañola, cumpliendo así todos los
requisitos del efecto estético, de algo gráfico, distintivo o alegórico de la persona a
la que representan, o una recreación relacionada con la personalidad, o profesión.
«El exlibris es al talento lo que el blasón a la nobleza; el valor de un bibliófilo
esta en relación inversa a la categoría de sus exlibris», aproximaciones que, en
España, fueron seguidas por artistas como Triadó, Miquel i Planas y A. Riquer, y
resultan clarificadores los estudios insertos en Revista Ibérica de Ex libris
(1903), expertos exlibristas que han pedido calificación de ciencia para el ex libris,
con un valor que en ocasiones rebasa el del propio libro; e incluso son cuidados como
reliquias.
Ya el monarca Amenofis, hacia 1400 a. C. sellaba rollos y papiros que los identificaba
a su biblioteca. En 1188 se conoce un códice bávaro, y en la Edad Media, época
pormenorizante, y experta y entregada a lo miniado, cultivaría el ejercicio del ex
libris.
Tal y como se conocen en nuestros días, en forma de etiqueta encolada a modo de sello,
arrancan con el desarrollo de la imprenta y son, prioritariamente, originarios de
Alemania, y expertos berlineses, como Warnecke, aseguran que los primeros en asomar, hacia
1480, pertenecían al hermano Hildebrando de Bradenburg, al donar su biblioteca al
monasterio de Buxheim. Son destacables, en 1529, el de Bertaud o el del inglés Bacon,
libros que también serían donados a la Universidad de Cambridge, y de mención habitual
es el de la reina Ana van der Aa. Reciben influencia, por lo tanto, en este largo
discurrir, de todas las corrientes estéticas, de estudios detallados, catalogaciones;
manifiestan su curiosidad asociaciones específicas que favorecen, extienden, fomentan y
facilitan el cambio; son un ejemplo las colecciones del conde Leiningen-Westerburg, en el
museo muniqués de Neupassing, con más de diecisiete mil piezas.
En España, el polígrafo Doctor Thebussem (anagrama de la palabra embustes),
seudónimo de Mariano Pardo Figueroa, se encargaría de un estudio complejo en la segunda
mitad del siglo xix, y mantenía que no existía libro inútil; por esta
razón suscribiría aquello de «Libro mío, antes que prestado quisiera verte quemado».
Thebussem estableció que la partícula ex —‘fuera de lugar’— y
el sustantivo libris —‘libro’—, debieran escribirse juntos: exlibris;
o, en otro caso alternante, haciendo uso del guion: ex-libris.
Diccionario panhispánico de dudas:
exlibris. ‘Sello que se estampa en un libro para hacer constar el nombre de su propietario’. Este sustantivo masculino procede de la locución latina ex libris (literalmente ‘de (entre) los libros’), que solía escribirse en el libro seguida del nombre del propietario, para indicar que ese ejemplar era «de los libros de Fulano de Tal». Como locución, debe escribirse en dos palabras, pero para el sustantivo se recomienda la grafía simple exlibris (como ocurre con exvoto o exabrupto, otros sustantivos procedentes de locuciones latinas): «Hasta me encargué un bonito exlibris para recalcar mi posesión» (Mundo [Esp.] 20.4.96). No obstante, también se admite la escritura en dos palabras: «Algunos de los ejemplares [...] poseen el ex libris manuscrito de su poseedor» (Trabulse Orígenes [Méx. 1994]). Es invariable en plural: los exlibris.