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sábado, 6 de julio de 2024

ESTOICISMO Y ECONOMÍA

 

ESTOICISMO Y ECONOMÍA



AHORA todos hablan de economía política. No es nada fácil entender de eso. Todo grupo humano que de algún modo trata de esquivar la pública inspección lo primero que hace es crear un dialecto: un repertorio de signos convencionales. Lo crean los novios, los presidiarios, los contrabandistas, los estudiantes. Lo crean las generaciones nuevas, en general, para hablar, por teléfono delante de sus padres. Lo crean también los matemáticos para hablar con inexactitud de las cosas exactas. Y los economistas para guiñarse unos a otros.

Yo no llego al extremo de el «Seneca» que está persuadido de que en España hay quince arabistas y doce economistas, y que, por lo tanto, les ha bastado ponerse de acuerdo ellos entre sí para inventarse el árabe y la economía. Yo no creo tanto: pero sí creo que la economía que uno piensa que debía parecerse mucho a la cuenta de la plaza, se parece bastante más a la filosofía kantiana... Y yo no lo lamento. Esto está dando lugar a que luzca una de las más entrañables virtudes que posee nuestro pueblo: que es como un instinto vago, como un paladar histórico para valorar los momentos decisivos de su vida. Todo español, sabe que estamos viviendo días en los que en la economía española pasa «algo». Nadie sabe muy a derechas lo que es o va a ser. Pero entre las nieblas vaporosas de las explicaciones técnicas emerge, como una cresta de gallo, ese estoico buen sentido español que se da cuenta, de pronto, de que ese algo tiene que ponerse al margen, de la ordinaria y divertida frivolidad de la tertulia y de la crítica. El español sabe que lo que sea puede aconsejar, otra vez esa operación de sastrería social que es el «apretarse el cinturón». Pero ésta es de las operaciones que el estoicismo español, que no es el inhibido y pasivo de Epícteto; sino el activo y desafiante de Séneca, realiza más gallardamente.

No es agradable apretarse el cinturón. Pero menos agradable es que se le caigan a uno los pantalones. Porque sin entender analíticamente los detalles de ese «algo», el español siente instintivamente que es incongruente —y no puede ser más que tendencioso— el criticar las cosas por dos flancos opuestos. El español siente el pudor de no demostrar vaciedad mental poniéndose a criticar ahorros, verdades de cambios, aperturas hacia el mundo austeridades, ante la misma mesa de dominó donde criticó alegrías, gastos o encerramientos tras las fronteras. No quiere hacer la figura boba del anticlerical que ataca a la Iglesia por la púrpura del cardenal y por la estameña del anacoreta; por lo que tiene de conservadora y por lo que tiene de social. Cómo van a desarrollarse las cosas no lo sabe nadie bien. Cuando las cosas operan sobre los instintos humanos, uno puede saber lo que se propone y hace, pero no los pataleos o sutilezas por donde ese instinto se escurre y defiende. Los padres del teatro Clásico que operan sobre el amor trazan rígidos planes estabilizadores con llaves y cerraduras, pero no pueden prever las, escalas y balcones, por donde el amor se les escapa. Lo mismo ocurre con los economistas cuando operan sobre el interés y la codicia humana. Ellos perfilan su plan. Y han de estar listos para salir al paso de la comedia de intriga y enredo que la codicia tan fértil en recursos cómo el amor organizará por las puertas traseras.

El buen sentido medio está dispuesto a corear la inflexibilidad en ese camino porque en toda esa operación que en su esencia comprende a medías, percibe el perfume que mas embriaga al español: el perfume de la rectitud moral. A ese «algo» se le ve el plumero: que en esta caso es un penacho inmaculado de honestidad, humildad y buen deseo. El español es el ser más chistoso del mundo. Para que el español no haga chistes es preciso que se dé de narices con lo menos chistoso que hay en el mundo: la Moral. El chiste se ríe de todo. Pero hay una última sosera ética que se ríe de los chistes.

Pero para eso es preciso que la Moral sea también, como el chiste, ruidosa: si queréis, aparatosa y espectacular. Cuando a un pueblo se le va a decir que se «apriete el cinturón», quieren que los que se lo digan tengan cinturón de cartujo, estómago enjuto de cardenal Cisneros, talle airoso de marqués de la Ensenada, no hay guerrilla tan impresionable al valor del guerrillero como la hispánica. Ni hay comunidad tan sensible al ayuno de priores. Es un problema, quizá, incluso un poco más teatral que sustancial: simplicidad el decorado; inflación del gesto humilde y sencillo. Todo: el poder, la autoridad; todos los mecanismos de presión sobre la espontaneidad social son tristes necesidades de la naturaleza caída del hombre tendente a la dulce anarquía del Paraíso. No debe hacerse ostentoso lo que es humildad por esencia: miseria de nuestra condición. No me gustan las «odas al trabajo», porque el trabajo es un castigo de Dios. Tampoco empapelaría mi cuarto con papel de multas. Tampoco el «poder» debe hacer notar con demasiado descaro «lo que puede». El «nos que valemos tanto como vos» es una brava realidad hispánica que tiene validez también para los protocolos; para las localidades de un espectáculo; para los aparcamientos, para las ceremonias. Esa cabezota primaria de gran aldeano del español medio, enfrenta impávido la coyuntura austera, pero es porque está seguro de que la austeridad se estabilizará también, como el dólar, en una paridad franca y verdadera. El español estoico, ante ese «algo» que puede acaso tener radicalismo, de necesaria cirugía, dice: ¡venga!... Pero es porque está seguro que los cirujanos vienen con bata blanca y almidonada.


José María Pemán.

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