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jueves, 31 de enero de 2013

Carol Welsman - What are you doing with the rest of your life?







What are you doing the rest of your life?
North and South and East and West of your life
I've got only one request of your life
That you spend it all with me.

All the seasons and the times of your days,
All the nickles and the dimes of your days,
Let the rasons and the rymes of your days
All begin and end with me

I want to see your face in every kind of light
Feel the dawns and forests of the nights
And when you stand before (infront) the candles of a cake
Oh let me be the one to hear the silent wish you make

Those tomorrows playing deep in your eyes,
In a world of love you keep in your eyes,
I'll awaken what's asleep in your eyes,
It may take a kiss or two...

Through all of my life,
Summer, Winter, Spring and Fall of my life,
All I ever will recall of my life,
Is all of my life with you.




¿Qué vas a hacer el resto de tu vida?
Norte, sur, este y oeste de tu vida.
Solo te hago una pregunta sobre tu vida:
Si la vas a pasar conmigo.
Todas las estaciones y horas de tus días.
Todas las monedas de cinco y diez centavos de tu vida.
Que las razones y rimas de tu vida, todas empiecen conmigo.
Quiero ver tu cara en todo tipo de luz,
En los campos dorados y en los bosques de la noche.
Y cuando estés delante de las velas de un pastel,
Deja que sea la única que escuche el deseo que pidas.
Esas mañanas que esperan profundas en tus ojos,
El amor que guardas en tus ojos,
Despertaré lo que está dormido en tus ojos.
Puede que te de un beso o dos.
Durante toda mi vida recordaré,
Veranos, inviernos, primaveras y otoños de mi vida,
Lo que siempre recordaré de mi vida,
Es toda mi vida contigo.


 Canción perteneciente a la banda sonora de la película:
 





 

Con Los ojos cerrados (1969), título original:  The Happy Ending.

SINOPSIS: Mary Wilson es una mujer que se refugia en los tranquilizantes y el alcohol para soportar las continuas infidelidades de su marido. Su marido Fred, un prestigioso abogado, prepara una fiesta con motivo de su decimosexto aniversario de boda. Durante la celebración se pondrá de manifiesto que el matrimonio de los Wilson es una farsa.



Los sesenta fueron una década de grandes cambios, y el más relevante fue el de la liberación femenina. Las críticas la califican de coyuntural en sus aspectos formales, pero lo es también en su fondo. Su protagonista ha caído en la trampa del amor, que solía resolverse en matrimonio y que la relegaba al papel de «ama de casa», obligándola a renunciar a su autonomía. Mary se debate en esa trampa y solo consigue hacerse más daño, hasta que toma una decisión definitiva. Porque el amor, simplemente, no es suficiente.

Seguimos este proceso de degradación de la convivencia mediante pertinentes flashbacks, con una estructura temporal muy habitual en aquellos años y que volverá a aparecer en la impactante Buscando al Sr. Goodbar, donde se da un paso más en la misma temática de la liberación femenina. Aquella película se resolvía con un final algo moralizante, mientras que esta opta por un final «abierto», otra moda de la época. Extraordinarias actrices.







Carol Welsman - Never Let Me Go




Nunca me dejes ir.
Quiéreme demasiado.
Si me dejaras ir,
la vida perdería su encanto.

¿Dónde estaría yo sin ti?
No hay lugar para mí sin ti.

Nunca me dejes ir.
Estaría tan perdido si te marcharas…
Las horas del día serían solo recuerdos
sin ti, lo sé.

Por una sola caricia, mi mundo se volcó.
Desde el primer instante, todos mis puentes ardieron.
Con mi corazón en llamas… no podrías herirme, ¿verdad?
Y no me abandonarías, ¿cierto?

Nunca me dejes ir.
Nunca me dejes ir.

Por una sola caricia, mi mundo se volcó.
Desde el primer instante, todos mis puentes ardieron.
Con mi corazón en llamas… no podrías herirme, ¿verdad?
Y no me abandonarías, ¿cierto?

Nunca me dejes ir.
Nunca me dejes ir.
Nunca me dejes ir.



Nunca me dejes ir.


En la penumbra dorada de una tarde que parecía hecha de silencio y de polvo de recuerdos, Clara avanzaba por el corredor de la vieja casa solariega. Sus pasos, suaves como el roce de un rezo antiguo, llenaban el aire con esa música íntima que solo conocen los que han amado demasiado.
En la galería abierta al jardín, donde las buganvillas trepaban con la obstinación de los sueños, la esperaba Julián, sentado en su sillón de mimbre. Cuando ella apareció, una luz casi sagrada —acaso la que brota del corazón antes que del cielo— le suavizó los ojos. Era esa mirada, tan fiel a la vida como a la esperanza, la que había trastornado el mundo de Clara desde la primera caricia.
—Nunca me dejes ir —susurró ella, no como quien ruega, sino como quien confiesa el temblor de su alma.
Julián la escuchó en silencio. En aquel instante, el aire mismo pareció detenerse, como si el universo quisiera oír también aquellas palabras hechas de fragilidad y fuego. Ella avanzó un poco más, hasta que sus sombras se tocaron sobre el suelo de piedra.
—Sin ti, ¿qué sería yo? —continuó Clara—. No hay rincón en esta vida que no me resulte ajeno si tú no estás. Mis horas serían recuerdos sin cuerpo… apenas ecos vagos de un tiempo perdido.
Él extendió la mano, y en ese gesto —tan sencillo, tan humano— ardieron nuevamente todos los puentes que Clara había dejado atrás: miedos antiguos, caminos sin retorno, noches que parecían infinitas. Todo desapareció bajo el fulgor de un corazón que, por primera vez, se sabía vivo.
—Por una sola caricia tuya —dijo ella— mi mundo se volcó. Desde aquel instante supe que ya no habría marcha atrás. Con este corazón mío ardiendo… no podrías herirme, ¿verdad? No me abandonarías… ¿cierto?
Julián no respondió con palabras. Alzó el rostro hacia ella, y en sus ojos había la serena promesa de los que aman sin estridencias, como aman las cosas eternas: los mares tranquilos, las campanas al amanecer, los viejos cipreses que vigilan los cementerios sin miedo al paso de los siglos.
—Nunca me dejes ir —repitió Clara, como una letanía sagrada que brotaba de lo más hondo de su ser.
Y allí, en el temblor luminoso del crepúsculo, mientras el jardín respiraba el olor tibio de la tierra recién regada, ambos comprendieron que el amor —cuando es verdadero— no se sostiene por cadenas ni por ruegos, sino por la simple certeza de que dos almas, al encontrarse, se reconocen como quien recuerda un hogar perdido desde antes de nacer.