«El marido de Ramona», así le llamaban según la costumbre asturiana al uso para aquellos de fuera que casan con mujer de aquí. De nada le valía a don Camilo Alonso Vega haber sido veterano de la guerra de Marruecos; de nada el haber defendido Villarreal (Álava) del asedio de la columna de Carrillo, participado éxitosamente en la campaña del Norte al mando de una Brigada, y vuelto a defender Navarra de la Invasión del Valle de Arán (1) que desde Francia, otra vez, comandaba Carrillo, año 44; de nada ser en la actualidad el Director de General de la Guardia Civil, con grado de Teniente General; de nada el tener trato de excelentísimo señor; de nada el ser Caballero de la Orden Militar y Hospitalaria de San Lázaro de Jerusalén con el grado de Gran Cruz; tampoco el hecho de que fuese amigo de infancia, paisano y compañero de armas del mismísimo Caudillo. Nada, no había manera, era llegar de Madrid a su casa de Noreña (2), de donde era natural su señora, y pasaba a ser simplemente el «marido de la Ramona». El ferrolano, que ya sabía iba a ser en breve Ministro de Gobernación (Interior) encajaba todas estas cosas del lugar con filosofía y chanza gallegas, sin darle mayor importancia. Los asturianos son «asina», decía imitando el acento en las tertulias del café donde iba a echar por las tardes la partida.
Como antiguo cadete del arma de infantería y ex jefe legionario que fue, gustaba de mantenerse en forma y para ello solía ir a trotar por senderos apartados, seguido a distancia por su chófer, quien para no estar importunándole ni gastar combustible, y siguiendo sus indicaciones, paraba el vehículo, esperaba, y cada cierto tiempo emprendía la marcha hasta hacer contacto visual, y vuelta a apagarlo. Así sucesivamente.
Sucedió un día de verano, en un camino solitario de las afueras de la villa, estando en esas de lo que ahora llamaríamos footing, años antes de inventarse, ataviado con un chándal, resoplando y cubierto de sudor, que don Camilo se topó con una pareja de guardiaciviles: uno a cada lado del camino, tricornio, capa, y mosquetón al hombro. Al verlo de esa guisa le dieron el consabido «¡alto a la Guarda Civil!».
Don Camilo se detuvo extrañado de que no le reconociesen.
—¡Buenas, identifíquese!
El general había estado en tantas campañas, en tantos frentes, manejado a tantos hombres distintos de toda condición y laya (moros, legionarios, vascos, navarros…) que creía saber hacer ver quién era sin necesidad de sacar ningún documento. Así que lo que sacó fue una voz gutural y profunda, y dijo:
—Soy el Director General de la Guardia Civil.
Acompañaba el tono con gesto muy serio, grave y circunspecto, de legionario, pero ya en el momento de decirlo supo que había metido la pata. Repasó mentalmente: «No llevo documentación, menuda facha que tengo, desde luego nada viril. Este ha hecho la guerra y seguro que hasta se las ha visto con el maquis a tiros, y el chófer aún va a tardar. Estamos en la España del año 57 donde se actúa primero y se pregunta después... ¡La que me van a liar!».
El guardia observa detenidamente esas prendas de algodón ajustadas y llenas de sudor, sus zapatillas deportivas de goma como las que llevan algunos veraneantes, le mira finalmente la cara de seriedad y su jadeo. Frunce el ceño, mueve el bigote y resopla.
—¿Conque sí, eh? ¿Y puede saberse por qué ye que corres?
El otro guardia, desde lejos pregunta a su compañero:
—¿Qué ye lo diz esi, oh?
—Na, oh, diz que ye el Director General de la Guardia Civil.
—¡Day dos hosties! —ordena.
Ya el rudo brazo picoleto había girado para coger impulso y dar un sonoro bofetón al hombre que era o parecía un maquis disfrazado, cuando de pronto apareció el vehículo oficial. El retrato de su Director General les era desconocido pero reconocieron enseguida las tres estrellas del banderín. Esas son inconfundibles.
—A las órdenes de vuecencia, mi general. Perdone vuecencia el «atrevimientu».
—Perdonados, prosigan.
(1) Operación «Reconquista de España». 19 de octubre de 1944, Santiago Carrillo, al mando de 18.000 guerrilleros (otras fuentes dicen menos) penetra por el Valle de Arán y tras ocupar varias localidades se enfrenta al ejército. Fue un desastre con un centenar de bajas. A las pocas horas, deciden la retirada al sentirse rodeados (realmente lo estaban). En su retirada los guerrilleros quemaron cuarteles de la guardia civil y asesinaron a sus ocupantes.
En la fase previa a la invasión, en distintas incursiones preparatorias desde la frontera, murieron en enfrentamientos armados dos policías armados y un guardiacivil.
(2) En una casa hidalga de Noreña, se puede leer lo siguiente:
«SOY DEFENSOR DE LA FELo cual habla de cómo se las gastan por allí.
BALIENTE COMO EL QUE MAS
SI NO LO QUIERES CREER
EN EL CAMPO LO BERAS »
© Humberto 2010
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