Vulnerant omnes, ultima necat
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i abuelo toda la vida se la pasó ambicionando un reloj de oro, de esos con leontina. No quería otra cosa que poder extraer del chaleco la maquinita y consultar la hora. Su primo, que sí que tenía reloj de chaleco, quería en cambio la medalla al valor que nunca tuvo por su paso en la guerra de Marruecos contra los rifeños, y de la que siempre se consideró merecedor, y que mi abuelo, qué cosas, tenía guardada y olvidada en un baúl, porque nunca le gustó recordar ni el suceso por el cual se le otorgó, ni nada del dichoso día de la concesión, ni de la guerra en sí, a la que consideraba algo horrible. El único «valor» para él era el de haber conservado el pellejo sin agujerear entre tanta bala perdida. Al poco de llegar licenciado quemó todo lo que se trajo de su destierro por la terrible estepa rifeña. El tiempo se ocupó de quemar los restos que perduraban en su memoria. Nunca hablaba de aquello, hasta el punto de que constituye un misterio. Sin embargo, aquel primo avivaba todos los días la llama de sus recuerdos marciales con un poco de queroseno prestado, batallitas ajenas que hacía propias, hasta el punto que llegó a creer que aquella guerra no se hubiese ganado sin él, y que esa medalla se la merecía mucho más. Así que un día, cuando ambos habían entrado con paso firme en el invierno de sus vidas, se la pidió. Vale, dijo mi abuelo, pero a cambio de tú Leónidas. Y así fue como aquellos dos llegaron a un acuerdo: uno tendría su medalla con la que rememorar una guerra, y el otro un reloj con que mirar las horas futuras y olvidar las pasadas.
En el reloj venía grabado: Vulnerant omnes, ultima necat (“Todas hieren, la última mata”). Yo ya no heredaré ese reloj pues fue la heredad de otro, ni tampoco la medalla que perdió un primo segundo en una mudanza. Esa leyenda, que da qué pensar acerca de la fugacidad de la vida cuando se lee, no le iba a mi abuelo, santa gloria haya, al que se le hubiera ajustado mejor la de: “Tempus edax rerum” (El tiempo devora las cosas). Al compañero –pienso- que le vendría bien ésa de Cela cuando recibió el Cervantes muy viejito ya, «…que aquí, en España, el que resiste gana». Vamos, que nunca es tarde para según qué cosas, que sólo es cuestión de tiempo y de durar y tener aguante el que los premios, como las medallas y los trenes con retraso, lleguen finalmente al destino.
Pues así es la vida de puñetera, eso que pasa mientras piensas y anhelas otras cosas, como las medallas o los relojes. Qué tendrán las medallas que unos las quieren, mientras que otros las aborrecen.
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