LAS FLORES DEL BIEN. De 1946.
Retorno a la vida sencilla.
¡El Bien tiene sus flores, como tiene
la tarde su canción!
No hay silencio que no llene
en la tarde, un leve son
de campanas y de perros.
(Por el verdor de los cerros
sombras de tordos pintaban
islas negras que bogaban
hacia la sangre del día.)
¿No basta esta melodía
y esta esencia
de las flores?
¡Qué exacta correspondencia
de lo que es pura presencia
y lo que son ruiseñores!
Todo el campo es expresión
segura de un Dios que viene.
¡El Bien tiene sus flores, como tiene
la tarde su canción!
PROCLAMACIÓN DE LA HUMILDAD
I
Señor: para cantarte,
desnudo de mí mismo, quiero el arte
tener de un jilguerillo.
Todo humano decir, Señor, me pesa.
quiero encontrar un verso tan sencillo
como la prosa de Santa Teresa.
sé la ribera Tú para mi río.
Hazte tú tu canción: y será mío
sólo el fervor y la humildad del ruego.
Tú el sol y yo la fuente.
y en medio, mi canción: la luz riente
que en oro vuelva su prestado fuego.
No dejes que yo tome
mi luz en otra esfera.
No dejes que me asome
yo, con mis vanidades, donde entera
debe estar, solamente, tu armonía.
Ábrele a mi Poesía,
Señor, la última puerta
de tu favor: y sea mi balada
para cantarte, toda un alma alerta,
toda una sinfonía renunciada
y toda una humildad, en flor, abierta.
2
Un verso nuevo voy diciendo, alado,
más allá del favor y del desvío
¡ay, verso desnudado,
tan levemente mío!
Sin una flor sobre el acento,
sin una nube ante sus claridades,
canto para mi aplauso y mi contento
por la ribera de mis soledades.
Soy un embebecido
que voy, fuera de mí, conmigo, quedo,
por el rastrojo pálido y dormido
cantando apenas por burlar el miedo.
Más allá de mi risa y de mi llanto.
todo rubor en su preciso acento,
desnudo ya de mí, dice mi canto
lo que queda de mí, sin mí, en el viento.
29
Recuerdo
Yo renuncié a la florida
locura de aquel amor.
¡Mas no renuncié al dolor
de esta herida!
Señor: llévate la miel
de mi ardor de juventud:
mas la flor de esta inquietud
no te la lleves con él:
que aquel infinito ardor
de mi pasión encendida
fue mi primera medida
de tu grandeza. Señor.
Señor: estuve tan loco
del amor… que de un modo blando
será mejor ir curando
el corazón, poco a poco.
No se hace el halcón airado,
Señor, tan pronto paloma…
de esta rosa que te he dado
deja que quede el aroma
de un recuerdo deshojado.
Soliloquio y paradoja de la Muerte
Si a vida inmortal no voy
la muerte no existiría;
pues apenas si seria
un no ser lo que ahora soy.
Ella que es tanto, no es nada
si ella acaba toda vida:
pues antes, no fue venida
ni después es recordada.
Si a la nada he de volver,
¿qué es la muerte para mí?
Nada fui mientras viví;
y al morir, dejé de ser.
ni a la muerte que me espera
ya puedo llamarla «mía»
si aquel ser que yo tenía
deja de ser cuando muera.
Sin vida no existe nada:
luego el trance de morir
¿sobre qué puede venir
siendo la vida acabada?
Si otro vivir no es cierto,
el vivir es una pena
que cabe en el alma ajena,
mas no en mí que ya soy muerto.
Pero no: que en tal manera
mi muerte gran verdad es
que yo he de vivir después,
según el modo que muera.
Hay muerte porque, al sentirla,
por “mía” la he de sentir:
porque al punto de morir
ya empiezo a sobrevivirla.
Hay muerte porque es igual
nacer y morir: de suerte
que estoy cierto mi muerte
porque me siento inmortal.
DIVINA PRESENCIA
Se me aclaró el sentido,
de pronto, del paisaje.
Y me sentí total como el latido
de un corazón inmenso, y el mensaje
del Amor a los hombres.
Me di todos los nombres
desde el del alba hasta el de la amapola.
Me entregué sin prudencia y sin escudo.
Y me sentí en la sola
y alta hermosura del Amor, desnudo.
Como advertí tu acento
delgado, mi Señor, por la pradera,
he sido en la ilusión de aquel momento
todos los hombres, yo, en la primavera.
Desde aquel día por los más cimeros
picos de mi esperanza levantado,
estoy de Tu hermosura sin linderos
con este amor total enamorado.
ORACIÓN POR UNA PECADORA
En esta tarde lenta en que pusiste
sobre el cielo en rubor tu mejor arte,
Señor, vengo a rezarte por una mujer triste.
Fue inmensa, irrefrenable, su ternura.
Pero tú sabes -¡oh Amador tan fino!
¡tú que sabes hacerte pan y vino!
que no hay Amor sin punto de Locura.
Hubo siempre una luz en sus amores.
y siempre le ha cantado
una lealtad en lo hondo del pecado
como en la oscuridad los ruiseñores.
Nunca fue toda del placer. Había
un extremo en su amor nunca ofrecido.
Siempre fue un poco Tuya: no sabía
la ciencia entera del completo olvido.
Soñaba su ilusión otro amante
y su arpa un nuevo tono.
Su cuerpo conocía un abandono
con que se distanciaba del instante.
Nunca las vi tranquilas
las honduras del alma. En el contento
vagaban siempre luces de tormento
por la noche sin paz de sus pupilas.
Ni pintaba su pie sobre la tierra
porque un soplo más alto la llevaba.
Extranjera en las rosas, caminaba
por el jardín, mirando la alta sierra.
Gritos de salvación estaban presos
en el fondo sin luz de su delirio.
Siempre tuvo tronchado, como un lirio,
tu nombre en el sollozo de sus besos.
Como el arado mueve en las laderas
de la roca los últimos terrones,
se trabajaba el alma de pasiones
para el octubre de tus sementeras.
Yo siempre la decía: «Se te asoma
la pena por los montes de la risa».
Y amaba con la prisa
con que roza la tierra una paloma.
Y así, Señor, hasta en sus horas malas
ensayaba su paz y su armonía:
y enamoraba el aire con sus alas
para que el aire la tuviera un día.
Yo que la tuve, como la azucena
apenas tiene el soplo de la brisa,
vengo a pedirte tu mejor sonrisa
para la que Tú sabes que era buena.
Tómala para Ti. Yo te la llevo
como una rosa pura.
Mira, Señor, con qué desenvoltura
pone su pie sobre el camino nuevo.
Señor, Señor: me ha dicho la palmera
que oyó en el cielo ese rumor de fuente
que anuncia tu perdón… Y lo presiente
en su sosiego la campiña entera.
Cítaras ya, de boda, por la altura
se templan en la luz de la mañana.
Todo, por recibir la nueva hermana,
se viste de pureza y de blancura.
Y el nardo que en su toga de inocencia
toda la gracia de la paz resume
prepara ya el amor de su perfume
para salirle al paso a tu sentencia.
No apartes tu mirada
de la última razón de un alma pura.
Fue tan Verdad, Señor, que su ternura
salió de cada beso perdonada.
Y hecha la paz con toda la armonía,
abierta al sol del claro mediodía
como un suelo llovido, dulce y blando,
yo sé, Señor, que hoy te estará adorando
con aquel alma inmensa que tenía.
RETORNO. PAZ
I
Acógeme, otra vez, puerto y amparo
de mis años mejores:
la casa blanca, las primeras flores,
el sencillo querer y el verso claro.
Por el alma, con voces de alborada,
me canta la alegría
de una fidelidad esperanzada
donde puedo salvarme todavía.
Porque, por fiel, me siento yo heredero
de mi parte de luz en la campiña;
hermano de la alondra… y de esa niña
coronada de azul por el romero.
Derrotada la voz de la sirena,
ha vuelto a mí la gloria
de una serenidad antigua y llena
de la parte mejor de mi memoria.
Con tanta sangre como en ese cielo
tras la cimera nube enrojecida
se está poniendo el sol, está en mi vida
poniéndose el Dolor tras mi desvelo.
2
Me queda, de cuando era niño,
en el alma, la voz de un granado
que cantaba tocado
del viento: el cariño
de aquel emparrado
alfombrado de sombras y soles;
y aquel pozo verde agobiado
por los girasoles
y las campanillas…
Señor: te agradezco estas cosas sencillas
-¡la arboleda oscura
con los ruiseñores!
que dan a mi vida una noble figura
y un cimiento lejano de flores.
+ + + + + + +
¡Cuerpo llagado de amores!,
yo te adoro y yo te sigo;
yo, Señor de los señores,
quiero partir tus dolores
subiendo a la cruz contigo.
Quiero en la vida seguirte,
y por sus caminos irte
alabando y bendiciendo,
y bendecirte sufriendo,
y muriendo bendecirte.
Quiero, Señor, en tu encanto
tener mis sentidos presos,
y, unido a tu cuerpo santo,
mojar tu rostro con llanto,
secar tu llanto con besos.
Quiero, en santo desvarío,
besando tu rostro frío,
besando tu cuerpo inerte,
llamarte mil veces mío...
¡Cristo de la Buena Muerte!
Y Tú, Rey de las bondades,
que mueres por tu bondad
muéstrame con claridad
la Verdad de las verdades
que es sobre toda verdad.
Que mi alma, en Ti prisionera
vaya fuera de su centro
por la vida bullanguera;
que no le Lleguen adentro
las algazaras de fuera;
que no ame la poquedad
de cosas que, van y vienen;
que adore la austeridad
de estos sentires que tienen
sabores de eternidad;
que no turbe mi conciencia
la opinión del mundo necio;
que aprenda, Señor, la ciencia
de ver con indiferencia
la adulación y el desprecio;
que sienta una dulce herida
de ansia de amor desmedida;
que ame tu Ciencia y tu Luz;
que vaya, en fin, por la vida
como Tú estás en la Cruz:
de sangre los pies cubiertos,
llagadas de amor las manos,
los ojos al mundo muertos,
y los dos brazos abiertos
para todos mis hermanos.
Señor, aunque no merezco
que tu escuches mi quejido;
por la muerte que has sufrido,
escucha lo que te ofrezco
y escucha lo que te pido:
A ofrecerte, Señor, vengo
mi ser, mi vida, mi amor,
mi alegría, mi dolor;
cuanto puedo y cuanto tengo;
cuanto me has dado, Señor.
Y a cambio de esta alma llena
de amor que vengo a ofrecerte,
dame una vida serena
y una muerte santa y buena.
¡Cristo de la Buena Muerte!
SOLEDAD EN LA MUERTE
Hay que morir sin compañía…
esposa mía y compañera:
tuya es mi vida toda entera,
i pero mi muerte es sólo mía!
Toda la gracia del vivir
te di con mano generosa:
pero el cogollo de la rosa
no lo podemos compartir.
Tienes la vida y la verdad
del compañero y del amigo.
Pero aquel día… ¡yo conmigo
en mi infinita soledad!
Dos almas tienen sólo un Dios
y dos estrellas sólo un Cielo.
Dos vidas viven un anhelo.
¡Pero no hay muertes para dos!
Por esa puerta no entrarás,
en esa senda no serás
Ya mi consuelo y mi maestra.
Toda mi vida ha sido nuestra.
¡Mi muerte es mía. Nada más!
EL NIETO
Que dio mi trigo una flor,
una flor de gracia llena;
color de hogaza morena,
y manos de labrador…
No es un principito leve,
rosa y nieve,
flor de lis…
Este es de otro
más arriscado cariz:
sabrá galopar un potro
y matar una perdiz.
Bajo las cejas espesas,
por los ojillos oscuros
le cruzan paisajes duros
de cortijos y dehesas.
Tiene imperio en la mirada
y en el modo
y en la mano…
No era nada
¡y ya era todo,
al nacer, el gran tirano!
El mundo se hizo más grave
y más lleno de armonías…
¿Cómo cabe
tanto mundo, en unos días?
Iba poniendo la ley
su boca de rosas puras,
su madre estrenó ternuras
para nombrar a su rey.
Todas, toditas las cosas,
estrellas, vientos y rosas,
las del cielo y las del hombre,
se ofrecieron
para buscarle su nombre.
Las palabras anduvieron,
rebuscadoras, tras él,
por las perlas y las flores,
por encontrar los mejores
requiebros para el clavel.
Y desde el sol a la luna,
desde la estrella a la flor,
se fue llenando su cuna
de letanías de amor.
¡Talle de jazmín y nardo!,
¡rosa de luz encendida!
¡y pelusilla del cardo
de la vida!
Montaña verde, recodo
del valle, abismo profundo,
lirio, ruiseñor… ¡fue todo
por los tres reinos del mundo!
¿Y el abuelo?
El abuelo pisa el suelo,
con planta firme y segura,
escondiendo su ternura,
tan callada, tan secreta…
Voy a comprarme una arqueta
de madera de alcanfor
para guardarle su flor,
su tambor
y su trompeta.
¡cosas de abuelo poeta!
¡disparates del amor!
Porque quiero
desandar todo el sendero
de los años y los días,
y repasar fantasías,
y acortar aire y distancia
de la raíz al clavel:
y doctorarme en infancia
para entenderme con él.
Mi boca marchita besa
de un nuevo modo sencillo:
y estoy pensando un castillo
para encerrar la Princesa;
que en la vuelta más florida
de la vida,
estaban, por el hondón
de unas cumbres soleadas,
esperándome las hadas,
y el gigante y el dragón:
y arrollando pensamientos,
voces graves, libros sabios,
¡una otoñada de cuentos
se me ha subido a los labios!
Y todo porque una cuna
tiene, entre sus nieves, una
nueva flor;
que es la hondura del amor
y la gracia del camino
y el horizonte del mar:
guapo, fuerte, duro, sano
y moreno como un llano
de tierras de pan llevar.
Claro como los albores
y como el cielo, profundo.
¡Dos manos, como dos flores,
Sosteniendo todo un mundo!
¡Y qué gran sabiduría
en su silencio!... Tenía
un balbuceo en la voz:
y allí estaba toda ciencia,
porque estaba la inocencia,
que es la palabra de Dios.
Todo floreció este invierno
de pasión de primavera:
todo lo llenó la espera
confiada de lo eterno;
todo, porque florecía
esta flor de la alegría,
de luz, de gracia, de amor,
de vida y gozo sereno.
¡Cuántas flores en la flor
que dio mi trigo moreno!
DE LA VIDA SENCILLA
De 1923.
Para mi madre
Vida inquieta, frenesí
de la ambición desmedida…
¡Qué mal comprende la vida
el que la comprende así!
La vida es soplo de hielo
que va marchitando flores;
no la riegues con sudores
ni la labres con desvelo;
la vida no lo merece:
que esa ambición desmedida
es planta que no florece
en los huertos de la vida.
Necio es quien lucha y se afana
de su porvenir en pos:
gana hoy pan y deja a Dios
el cuidado de mañana.
vida serena y sencilla,
yo quiero abrazarme a ti,
que eres la sola semilla
que nos da flores aquí.
Conciencia tranquila y sana
es el tesoro que quiero;
nada pido y nada espero
para el día de mañana.
Y así, si me da ese día
algo, aunque poco quizás,
siempre me parece más
de lo que yo le pedía.
Ni voy de la gloria en pos,
ni torpe ambición me afana,
y al nacer cada mañana
tan sólo le pido a Dios
casa limpia en que albergar,
pan tierno para comer,
un libro para leer
y un Cristo para rezar;
que el que se esfuerza y se agita
nada encuentra que le llene,
y el que menos necesita
tiene más que el que más tiene.
* **
Quiero gozar cuanto pueda,
y, con acierto y medida,
gastar moneda a moneda
el tesoro de mi vida;
mas no quiero ser jamás
como el que amontona el oro
y no goza del tesoro
por acrecentarlo más.
Quiero gozar sin pasión,
esperar sin ansiedad,
sufrir con resignación,
morir con tranquilidad;
que, al llegar mi postrer día,
quiero pensar y decir:
«Viví como viviría
si ahora volviera a vivir.
Viví como un peregrino,
que, olvidando sus dolores,
pasó cogiendo las flores
de los lados del camino;
cantando he dejado atrás
la vida que recorrí;
pedí poco y tuve mas
de lo poco que pedí;
que si nadie me envidió
en el mundo necio y loco,
en ese mundo tampoco
he envidiado a nadie yo».
* * *
Tras los honores no voy;
la vida es una tirana,
que llena de honores hoy
al que deshonra mañana.
No quiero honores de nombres;
vivo sin ambicionar,
que ese es honor que los hombres
no me lo pueden quitar.
He resuelto despreciar
toda ambición desmedida
y no pedirle a la vida
lo que no me puede dar.
He resuelto no correr
tras un bien que no me calma;
llevo un tesoro en el alma
que no lo quiero perder,
y lo guardo porque espero
que he de morir confiado
en que se lo llevo entero
al Señor, que me lo ha dado.
EL HIDALGO ESPAÑOL
Ufano de su talle y su persona,
con la altivez de un rey en el semblante,
aunque rotas quizá, viste arrogante
sus calzas, su ropilla y su valona;
cuida más que su hacienda su tizona,
sueña empresas que olvida en un instante,
reza con devoción, peca bastante
y en lugar de callarlo lo pregona;
intentó por su dama una quimera
y le mataron sin soltar la espada;
sólo quiso al morir que se le hiciera,
si algo quedó en su bolsa malgastada,
una tumba de rey, donde dijera:
«Nació para ser mucho… y no fue nada».
UN CASTELLANO VIEJO
El embozo de la capa junto al ala del sombrero,
noble y recia la apostura, duro y hosco el gesto fiero,
en la brida la una mano, la otra mano en el arzón,
sobre un tordo de Castilla…: se dijera un caballero
en los tiempos de Velázquez, de Quevedo y Calderón.
Va midiendo lentamente con su paso perezoso
las jornadas de un camino mal trazado y pedregoso
que se pierde en un paisaje muy castizo y muy español,
que es un llano interminable de color pardo terroso,
sin un árbol, ni una mata, ni una nube bajo el sol.
Es la imagen de una raza sobria y fuerte el caballero:
no repara si el sol quema, ni si es áspero el sendero
que se pierde en la llanura, cual si no tuviese fin;
pica al tordo las espuelas, baja el ala del sombrero…
¡Y allá va el buen caballero tan ufano en su rocín!
¿De qué siglo es aquel hombre?... No aparenta seña alguna
que nos diga si es de hogaño ganadero o mercader,
o es Fidalgo de los tiempos de don Alvaro de Luna,
o un osado que a las Indias corre en busca de fortuna:
¡que los viejos castellanos son hogaño como ayer!
¿De qué siglo es aquel hombre?... No se sabe ni adivina
por la traza de aquel hijo de Alvar Fáñez y del Cid,
si al andar acompasado de su tordo se encamina
al mercado de Peñalba, o a la feria de Medina…,
o a las cortes de Segovia, o a las justas de Madrid.
¿De qué siglo es aquel hombre?... ¿Será acaso algún rumboso
ganadero de estos tiempos o un hidalgo de blasón?
Igual puede ser de hogaño que de un tiempo más dichoso…
¡Se dijera que los siglos, en un paso presuroso,
a Castilla se dejaron olvidada en un rincón!
* *
Es de hogaño y es de siempre…, porque el pueblo castellano
hoy lo mismo que mañana, será siempre lo que fue:
pueblo sobrio de costumbres, soñador, fuerte y cristiano,
que hoy lo mismo que mañana guardará en su pecho sano
un amor para sus campos y otro amor para su fe.
Y aquel hombre fuerte y hosco, que parece una figura
mal tallada en la corteza de una vieja encina dura,
lleva dentro un alma noble y un sencillo corazón,
que no sabe si hay más tierra más allá de Extremadura
ni si hay mundo que se esconda tras los montes de León.
Es la imagen de sus padres: sus sencillas oraciones
son las mismas que de niño le enseñaron a rezar;
cual sus padres no conoce ni inquietudes ni ambiciones
ni conturban su alma clara más halagos ni emociones
que el orgullo de sus campos y el cariño de su hogar.
Conoció antaño una moza más sencilla que las flores
y más fiel y más honrada que sus perros veladores;
sin hablar se adivinaron los sentires de los dos,
y en la fiesta del patrono, conseguidos sus amores,
con permiso de los padres, la hizo suya en ley de Dios.
Y por ella le preocupa si la lluvia es aún temprana
o harán daño las pedriscos que cayeron por San Juan,
y por ella mira ufano cómo muestra la besana
en sus senos removidos las promesas que mañana
pagarán con larga usura los esfuerzos del gañán.
Y por ella, mientras ara surco arriba surco abajo,
va cantando alegremente las tonadas del amor,
y por ella cruza alegre la vereda y el atajo,
porque sabe que le esperan a la vuelta del trabajo
casa honrada, pan caliente, mantel limpio y buen humor.
Y por ella sabe él coplas que otros rústicos poetas
compusieron a sus novias en la noche de San Juan,
y por ella a veces riman en las dulces tardes quietas
el monótono chirrido de bucólicas carretas
y el trinar de las alondras y las coplas del gañán.
Y por ella, que es honrada por cristiana y española,
cuida el mozo con ternura los barbechos y el trigal,
y ella sola es el consuelo de su vida, y ella sola
va alegrando su camino, como alegra una amapola
la monótona tristeza del terruño siempre igual.
* *
Tiene un hijo… y por él riega doblemente con sudores
ese campo perfumado de castísimos olores,
que es la hacienda de aquel hijo que el Señor le concedió,
y a la vuelta del trabajo ya le enseña con amores
las plegarias y los rezos que su padre le enseñó.
Y mirando a lo futuro con prudencia castellana,
porque aprenda a enamorarse de la brega y el trajín,
al salir de su buen tordo cuando asoma la mañana
a medir las sementeras o el trigal o la besana,
ya le lleva muchas veces a la grupa del rocín.
Y así aprende en sus labores a pasar la vida ufano,
y así aprende a amar la vida con honrada sencillez,
y el secreto inestimable del vivir honesto y sano
que se aprende en ese libro del hogar bueno y cristiano,
que es escuela de cariño, de trabajo y de honradez.
Y aquel hijo que así aprende será el hombre de mañana,
hosco y recio y, cual su padre, de sencilla condición,
y hará suya con amores otra moza castellana
y crearán otra familia sencillísima y cristiana,
donde aprendan otros hijos la heredada tradición.
Y así, hogaño como antaño, con altiva indiferencia,
ante el curso de los Siglos es Castilla la que fue,
sin que rompan nuevos tiempos la pacífica existencia
de esos viejos castellanos que se dejan por herencia
una casa y unos campos, una historia y una fe.
Y por eso el pueblo es siempre tan hidalgo y tan entero
y conserva la arrogancia de su vieja tradición,
y aquel hombre que es hogaño labrador o ganadero
igual pudo ser hidalgo, capitán o misionero
en los tiempos de Velázquez, de Quevedo y Calderón.
NOCTURNO EN EL MAR
Esta noche triste, marinera mía,
tiene cerrazones de presentimientos,
y hay como un quejido de vagas tristezas
y extraños misterios
en el fatigoso gemir de amargura
con que van bogando los cansados remos,
entre los vaivenes de las marejadas
y las barcarolas de los marineros.
Todo es negro y triste: sólo las estrellas,
entre nubarrones, brillan en el cielo,
y abajo, entre brumas, tiemblan misteriosas
las inquietas luces del lejano puerto…
Todo está en tinieblas: el mar se adivina
por el incesante bogar de los remos,
por el agrio aroma que lleva la brisa
y por el chasquido misterioso y seco
con que en las rompientes de las escolleras
ponen las espumas sus amargos besos.
Y allá en las honduras de los horizontes,
y en los tormentosos nubarrones negros
que cubren y muestran a espacios la luna,
llevados del largo soplar de los vientos,
y en los golpes firmes de la marejada,
y en las barcarolas de los marineros,
parece que flota, llenándolo todo,
como un vago enigma de presentimientos.
Linda marinera de mis sueños locos,
linda marinera de los ojos negros,
siéntate a mi lado, que voy a decirte
lo que yo te quiero;
siéntate tan cerca que pueda besarte,
tan cerca que pueda beberme tu aliento,
tan cerca que pueda decirte al oído
todos mis quereres y mis sufrimientos;
tan cerca que pueda sentir en mis labios
la blanda caricia de tus rizos negros…
Y así, al lado tuyo, muy cerca, muy cerca,
temblando de amores, temblando de anhelos,
entre aquellos cielos negros y profundos
y estos mares tristes profundos y negros,
sin otros testigos que cielos y mares,
por lo que más quieras, juro que te quiero…
¡Lo juro, mi amada, por el Dios bendito
que nos está viendo;
por la Virgencita que está en la escollera,
que es la madre buena de los marineros;
por ese mar triste lleno de presagios,
por esas estrellas… y por esos cielos,
negros y profundos, igual que tus ojos,
tristes e infinitos, igual que mis sueños!
SONATA
Para Augusto J. Conté
Por las calles sombrías de la oscura alameda
ya las brisas de Otoño con sus largos quejidos
se han llevado las hojas y los ramos caídos;
ya está sola y sin flores y sin luz la arboleda…
¡y los árboles secos!... ¡y las ramas sin nidos!...
¿Para qué amar las cosas?... ¿Para qué amar las rosas,
y los dulces rumores y las bocas graciosas
que nos dicen promesas que jamás nos darán?
¿Para qué amar las cosas
si las cosas se van?...
Todo el mundo es Otoño: corazones sombríos
con un hambre insaciable de soñar y creer;
corazones llagados de mortales hastíos,
corazones desiertos… ¡palomares vacíos
de las blancas palomas que anidaron ayer!
¿Para qué decís trinos de tan gratos rumores
en las rondas oscuras? ¿Para qué, ruiseñores?...
¡Si es la vida un quebrarse de mentidos amores,
y un volar de palomas que jamás tornarán,
y un camino sembrado de punzantes dolores,
y una brisa de Otoño que sacude las flores,
y un rumor de hojas secas que, cantando, se van!...
jOh, mujer bien amada, que en mi senda perdida
eres luz de esperanzas a mi paso encendida!...
¡y pensar que es tu vida mi ilusión más hermosa!...
¡y pensar, bien amada, que es tan frágil tu vida
como un tallo de rosa!
POEMAS CON DIOS AL FONDO
ANTE-CONOCIMIENTO DE DIOS
Alerta como el galgo que los vientos
acuclilla de orejas puntiagudas
tengo por los aleros de mi espíritu
mi inteligencia para conocerte.
Llegué al confín de mi heredad sombría.
Toqué la espuma amarga
del mar indócil nunca navegado.
Con la barba en las flores
de mi cayado, estoy, como la estatua
del Deseo sin paz, junto a la puerta
donde ya empiezas Tú.
Señor, mis pasos
han agotado ya todo el camino.
A tu Misericordia, los que faltan
para el encuentro en nieblas de temores
presentido y amado; así los truenos
que escucha el labrador en el otoño
como un rodar de cántaros henchidos,
sobre la amarillez de los barbechos.
HALLAZGO DEL SER ABSOLUTO
En el tentar de ciego de mi razón vendada
he tocado una tapia con flores sin invierno
donde todo termina.
Ella, cimiento y capitel, se basta
a sí misma, sin nubes ni raíces.
¡No más jugar a rebotar manzanas,
como un niño, en las vallas del camino.
Apoyaré mi sien sobre las flores
de la tapia que cierra
toda inquietud y todo entendimiento.
INSPIRACIÓN Y GRACIA
Nada hay perfecto en mí, sino las cosas
que son apenas mías:
el relámpago puro,
la centella infinita.
Todo me es dado en gracia:
gracia humana o divina.
La riqueza mejor de mis riquezas
es mi riqueza gratuita.
Riqueza no ganada: plenitud sin esfuerzo.
Maestría
que se me entró desnuda
como el viento o el sol, por las rendijas
mal cerradas del alma; luz robada;
música no aprendida;
rosa de otros jardines
que la mano de Dios, porque Él lo quiso,
puso en mi pecho mientras yo dormía.
Inspiración y Gracia:
todo lo que hay en mí claro y perfecto
vino a mí, sin esfuerzo, en la alegría
del sol de la mañana
cuando vo estaba de rodillas.
Todo, de vuelta, lo encontré en mi mesa:
servido el pan y el agua,
la lámpara encendida…
Nunca salí al encuentro de las cosas:
y las cosas mejores
me fueron concedidas.
¡Señor: yo te bendigo
por todas mis riquezas gratuitas!
ROMANCE DE LA VERDADERA PASIÓN
Pasión… divina palabra.
En su más cierto misterio!
no saeta disparada
locamente hacia las cosas;
no impulso, fuego, ni audacia.
Pasión es quietud del alma:
como que tuviera encima
una mariposa blanca
y no acertara a moverse
porque no se le volara
Pasión: un abandonarse
a operaciones más altas;
un quieto dejarse hacer
por las tibias manos blancas
de Dios; un estarse quedo
sin acciones ni palabras;
un recibir, un tomar,
un blando echarse a sus plantas,
un no buscar una dicha
pasivamente encontrada.
Abierta al hacer divino
-cáliz de rosa en el alba-
no haciendo, por no romper
la virtud de lo que El haga,
entre las rosas del mundo
tengo yo quieta mi alma…
¡Tan quieta, que la han tomado
por muerta, de apasionada!
EN LA MUERTE DE MI MADRE
A una madre se la quiere
siempre con igual cariño;
y a cualquier edad se es niño
cuando una madre se muere.
¡Qué angustiosa soledad,
ahora que el Señor me emita
la inmensa fuerza infinita
de aquella debilidad!
Ya era una pluma; era un modo
de componer la sonrisa;
un leve soplo de brisa,
un aire, una nada… ¡y todo!
Aquella leve existencia
¡qué inmensa vida tenía!
¡Cómo vive todavía
hecha consejo y prudencia!
Aún me dice «por aquí»
entre las piedras y abrojos.
Antes de cerrar los ojos
lo vio todo para mí.
Contra el error que me asedia
aún me guarda su alto anhelo.
Con media vida en el cielo
¡qué segura es la otra media!
* * *
Hay dos mundos. Uno, horror,
guerra, muerte, sangre, infierno.
otro aquel dulce y materno
conocimiento de amor.
Allí, un trágico destino
y un sutil pensar oscuro.
Aquí, un camino seguro
y su nombre al pan y al vino.
Un mentir de hombres y vidas
salta en eterno torrente.
La Verdad va por un puente
de madres encanecidas.
** *
Desde aquel sillón profundo
donde ella apenas vivía,
¡qué ufana se sonreía
de los empeños del mundo!
Como era firme su voz
y era fuerte su blandura;
¡qué cierta estaba y segura
de su Verdad y su Dios!
«No entiendo» es lo que decía
frente a todo falso brillo,
¡y en su «no entiendo» sencillo
qué inmenso entender había!
***
Su ayer le trazó a mi hoy
senda tan clara y ceñida,
que voy viviendo su vida
en cada paso que doy.
Y no hay punto en que no vea
ni certeza emocionada
lo fácil y adelantada
que me dejó la tarea.
Mi ciencia no es de este suelo,
que es más alta y más subida;
la cátedra de mi vida
fue un sillón y ahora es un Cielo.
Madre: yo quiero ajustada
tener mi planta y mi vida
a la perfecta medida
que me dejaste trazada.
Cada cosa tendrá el nombre
que tú, primero, le diste,
y lo que al niño prohibiste
prohibido le estará al hombre.
Déjame, Señor, que duerma
sobre ese apoyo bendito.
¡Qué ancha torre de granito
aquel sillón de mi enferma!
***
En esa torre acampado
venceré esta mala hora.
Mi capitana y señora:
presto me tienes al lado.
Tú sola, con dulces modos.
Frente al mundo envilecido.
¡Yo, Madre, de tu partido!
¡Yo a tu lado, frente a todos!
EL CUERPO PRESIENTE SU GLORIA
Cuerpo: ¿no sientes la florida
seguridad de tu resurrección?
¿No sientes tu futura
hermandad con los vientos y las aguas:
y en los cinco capullos del sentido no adviertes
plenitudes de flor?
Como duerme callada
en la oscura humedad de los toneles
la flor morada de los vinos dulces,
¿no duerme en ti una cierta
y presentida exaltación?
¿No llevas un temblor de danza y salto
a flor de piel, como los cuernecillos
de un sátiro, incipientes,
bajo el sol?
Cuerpo mío, regálate en la cierta
seguridad de tu resurrección.
Cuando tengas las nubes por alfombra,
y no lastime tu pupila el Sol,
fácil, ligero, claro, luminoso,
serás hermano de las cañas verdes
que los vientos deshacen en rumor.
ORACIÓN
Yo sé que estás conmigo, porque todas
las cosas se me han vuelto claridad:
porque tengo la sed y el agua juntas
en el jardín de mi sereno afán.
Yo sé que estás conmigo, porque he visto
en las cosas tu sombra, que es la paz;
y se me han aclarado las razones
de los hechos humildes, y el andar
por el camino blanco, se me ha hecho
un ejercicio de felicidad.
No he sido arrebatado sobre nubes
ni he sentido tu voz, ni me he salido
del prado verde donde suelo andar…
¡otra vez, como ayer, te he conocido
por la manera de partir el pan!
MI SOLEDAD SONORA
Mi soledad sonora de canciones
es como una cigarra, por los trigos
de esa infinita muchedumbre vana
que está a mi lado sin estar conmigo.
Entre el alto temblor de las espigas
tengo una herida azul de cielo claro
por toda compañía.
Y yo en el pozo oscuro de las sombras,
leve temblor de música en los tallos,
soy la pobre cigarra que imagina
que es su canción el alma del verano.
Señor: tú que conoces la infinita
soledad interior que consumiendo
va sin llama la cera de mi vida:
dime que no estoy solo; que esa herida
de cielo azul me escucha sobre el vago
y unánime desdén de las espigas.
Dímelo: y mi verano de cigarra
cantora. Dará Ti, no tendrá noches
¡y tenderé a tus pies como una alfombra,
mi soledad sonora de canciones!
Del clavel en adelante
se empieza a entender a Dios.
SALMO DE PASIÓN Y DOLOR
Militia est vita hominis super terram… (Job 7, 1)
¡No más, no más! Hasta tus plantas vengo
a pedirte, Señor, de paz y calma,
una limosna por piedad… ¡que tengo
florecidas en dolores toda el alma!
¡No más, Señor, no más! Con fe sincera,
cuanto quieras de mí vengo a ofrecerte…
¡Pero aparta tu mano justiciera,
que temo no saber ser grande y fuerte
como serlo, Señor, por Ti quisiera!
Mide con mis flaquezas mis pesares;
mira que, de pasiones acosada,
sangrando tengo el alma torturada,
cual racimo de viña en los lagares.
Mi carne es carne de dolor. Mi vida
es árbol engendrado
en tierra maldecida,
y llevo en ella el germen del pecado…
¡Y hasta el águila altiva, que se encierra
en esta carne del dolor nacida,
hecha de limo y tierra,
y en su entraña roída
por un enjambre de pasiones malas;
hasta el águila altiva, hija del cielo,
cuando quiso, Señor, alzar su vuelo,
chocó en la carne y se quebró las alas!
¡No me pruebes ya más! Con ansias locas
me llama con su vértigo el abismo;
estas carnes, Señor, no son de rocas;
la pasión es febril, las fuerzas pocas…,
¡y tengo a veces miedo de mí mismo!
¡No me pruebes ya más! ¡No se me clave
más adentro este dardo despiadado!...
¡Mira que está mi corazón cuitado
aprendiendo a volar…, pero aún no sabe!
No seas para mí, Dios justiciero,
el Dios terrible y fiero
que sus plantas asienta
sobre los truenos y los rayos… Mira
que es la carne muy flaca, y se amedrenta
de la voz tronadora de tu ira,
recia como el bramar de la tormenta.
¡Sé para mí, Señor, el Dios que llena
las almas de quietud y de alegría!
¡Sé el Dios clemente de mirada buena!
¡Sé mi luz y mi guía!...
¡Tú, Dios de amor, que nunca desamparas
a los pobres llagados peregrinos!
¡Tú, el Dios de los arroyos cristalinos,
del cielo puro y las auroras claras!
***
Pero no, Dios de Amor… ¿Para qué trato
de apagar esta hoguera que en mí arde?
¡Quien no sabe sufrir es un cobarde!
¡Quien no sufre de amor es un ingrato!
Toma, Señor, puesto que así lo ordenas,
ésta que es vida de dolor… ¡Mis brazos,
puestos en cruz, aguardan ya tus penas!
¡Aprieta ya tus garfios y cadenas!
Aquí tienes mi carne hecha pedazos!
Vengan, sí, las pasiones en tropeles,
y en mis carnes, llagadas y sangrantes,
levántense sus ímpetus crueles,
cual levantan al viento los lebreles
sus húmedos hocicos anhelantes!
Yo las sabré domar. Sereno y bravo,
yo sabré resistir su empuje recio.
Hijo soy de la Luz, y las desprecio…
¡Nací muy noble para ser esclavo!
¡Arránquenme, Señor, a dentelladas,
florecida en dolor, la carne vieja,
y al resistir sus iras desatadas,
no profiera mi labio ni una queja,
y haya mi rostro, en el dolor curtido,
tan dulce paz y tan serena calma,
que no adviertan las gentes el ladrido
de estos fieros lebreles de mi alma!
¡Que parezcan, Señor, mis llagas flores!
iOue mis locos impulsos bramadores
parezcan mansas y serenas brisas!
¡Que en mis labios florezcan las sonrisas
a la par que en mi pecho los dolores!
¡Que, despreciando este mezquino suelo,
corra, Señor, hacia la fuente viva
en donde están el descanso y el consuelo,
como corre en el prado el arroyuelo.
Que abajo es fango y suciedad, y arriba
corriente mansa que refleja el cielo!
Aquí me tienes, pues. Firme y sereno,
me gozaré en pensar, pues por Ti peno;
y aunque mi carne toda destrozaras,
Tú serás para siempre el Dios bueno..
¡Tú, el que no desamparas
jamás a los llagados peregrinos!...
¡Tú, el Dios de los arroyos cristalinos,
del cielo puro y las auroras claras!.
POESÍA SACRA
PRESENCIA DE DIOS
He entrado en unidad con la tiradera:
camino del magnífico, entregado,
desplome de mi ser en lo divino.
He entrado en unidad con ese bosque
que es todo ruiseñor y es todo pena.
Como el bosque que llevo en mis entrañas.
he entrado en unidad con el estío:
y sus turbias raíces de pecado
le han servido de tronco a mi azucena.
Me duelen mis fronteras sensuales,
mis vallados humanos, por vecinos
del incendio de Dios y los amores.
Me duelen como deben de dolerles
a los granos de arena las espumas;
como al fondo del mar, la gran turquesa.
Se llega a Dios por todos mis sentidos.
Se llega a Dios por todas mis heridas.
Se llega a Dios mirándome a los ojos.
Por las acequias rojas de mis venas
va la sangre moviendo el gran molino
de una oración enorme y sin palabras.
Se me ha quedado anoche, junto al alma,
abierto el portoncillo de la pena:
… y Dios estaba, con el sol primero,
sentado, allí, en las flores.
SALMO DE LOS MUERTOS DEL 10 DE AGOSTO (2 noviembre 1932)
I.— Desde lo más profundo de nuestro corazón, cantemos la gloria triste de los que murieron cuando doraban las espigas;
de los que acudieron al templo, a prima hora, con su sacrificio de rosas nuevas;
de los que, antes de madurar, como uvas agraces, cayeron con el solano del estío:
¡Impacientes del Ideal!
¡Manirrotos de la Vida!
II.- La tierra de España necesitaba mantillo de sangre para la cosecha.
Y vosotros, varones del Ideal, se la disteis fresca y joven, teñida de ilusionados claveles, templada de santa pasión.
III- España estaba triste de sus hijos y tenía en su alma angustias de soledad.
Y vosotros os tendisteis, como amantes, sobre su cuerpo moreno, color de pan de pobre.
Y la dijisteis: “Seca tus lágrimas, viuda de héroes, y ponte, otra vez, tus flores blancas, que aquí vuelven, estremecidos de besos, tus novios delirantes.’
IV- Temblaba España de haberse perdido a sí misma: y se sentía aminorada, como la viejecita que vuelve, contra el crepúsculo, por la calle de sus recuerdos.
Y vosotros os tendisteis sobre la tierra de España, para tomarla medida, otra vez, con la unidad de vuestro cuerpo.
Y Dios vio, desde arriba, que la medida resultaba cabal, y que su talle seguía siendo de Reina.
V.- Porque los muertos generosos, por cualquier ideal sea, son la medida con que se tallan los pueblos.
Y cada blanca estatua yacente es un palmo de la estatura de la Patria.
VI.- En este día, negro y violeta, de los Muertos, lloran las madres y las viudas de España.
Pero España –la gran Madre y la gran Viuda- sonríe entre las lágrimas de sus hijas.
Y sus campanas, este año, al doblar, tienen atoradas sus gargantas con el júbilo de un repique.
Porque la muerte de los valientes es una obra de belleza.
VII- No hay obra perfecta sino en su terminación. El ritmo y la línea tiemblan por su belleza, hasta llegar al definitivo reposo de su término redondo.
Y las columnas son suspiros de piedras que anhelan la paz perfecta de la cúpula.
Y el juicio de una vida está indeciso hasta la muerte.
VIII- ¡Loor a aquellos que sintieron la impaciencia de asegurar pronto la belleza y el honor!
Ellos aseguraron su juicio y terminaron su tarea.
Ellos reposaron ante su propia vida, acabada en luz y en gracia, como el artista ante su obra.
Ellos inmovilizaron la primavera sobre las rosas de su ilusión.
Ellos trocaron su efímera juventud de hoy, por la juventud perenne de la inmortalidad.
Madres, no lloréis tanto: que ya los tenéis seguros para el Honor.
IX.- En este día de los Justos, pues, mujeres, deshojad rosas y laureles sobre el recuerdo de los Ilusionados.
Y sobre sus tumbas, verted el aceite oloroso de vuestra ternura.
X.- Y vosotras, hermanas españolas, rezad en silencio.
Y los que juzgáis error su intrepidez juvenil, descubríos, con respeto, ante el divino error, como el incrédulo ante el respeto, ante el templo.
Y los que lucháis por otro Ideal distinto, detened hoy el asalto y saludad, con caballeroso garabato de la espada, la incompartida grandeza del Ideal ajeno.
Porque nunca es pequeño un Ideal cuando vale una vida.
XI.- Y vosotros, los creyentes, implorad al Señor Dios, con palabras de fe:
Rodéalos, Señor, con el escudo de tu misericordia, para que encuentren en Ti el reposo eterno y la perpetua luz.
PAZ EN LAS ALMAS
Flores bajo la nieve, campanillas
bajo el verde amargor de la retama,
eso es el hombre. Llama
tenue de hoguera que, encendida,
habla con sus temblores azulados
de ese poco de vida
que es un pastor en medio de los prados.
La mano de la Guerra
es como cinco arados
que buscan por la tierra
De nuestro ser los oros enterrados.
Lo más hondo del alma es el tributo
que ofrece nuestro yermo campo enjuto
al herirlo, al pasar, las cinco estevas.
¡Está el morir tan próximo,
que, minuto a minuto,
la vida sabe a intensidades nuevas!
¡Cómo se siente todo de frágil e inestable!
La vida con sus gozos y dolores
por leve y adorable
tiene sabor de flores.
¡Cómo se siente de inseguro el suelo
bajo el ufano pie de la alta torre!
¡Cómo una voz nos urge con desvelo:
aligera tu paso, que en el cielo
queda un sorbo de luz… y el tiempo corre!
¡Cómo con planta voladora y leda
quisiera yo vivir de un modo pleno
el tiempo que me queda
para poder ser bueno!
Porque el aire está lleno de silbidos
y el tiempo se hace corto y el mundo se hace estrecho,
la ternura es más honda y es más viva la fe.
Quisiera hacer de prisa los bienes que no he hecho,
quisiera amar de prisa las cosas que no amé.
Y es que empiezo ya a ser lo que no era,
despierto por la dura sacudida.
En el fondo del vaso de cristal de mi vida
tuve dormido un poso sosegado
de arenas de oro y hojas de nardo y de clavel.
la Guerra me lo ha vuelto y agitado.
¡Lo mejor de mí mismo lo llevo a flor de piel!
Se me ha hecho el alma clara
y el corazón ligero.
Siento libre mi ser del asidero
de la pasión impura.
Mi mente se ha hecho exacta, definida, segura,
lejos de toda niebla de vaga irrealidad.
La Guerra es casta y dura
como es dura y es casta la Verdad.
Y ¡qué inmensa ternura
llena mi inquieto corazón en llamas!
Palmas de tierra negra alza a la altura
el cañón enemigo entre retamas…
Moro, soldado, requeté… ¡las manos!
no sé cómo te llamas.
Pero un peligro igual nos hace hermanos.
Hermanos en la muerte que nos ronda
a todos, como el lobo la manada.
Y al fin de la jornada
en la casa sin nombre, abandonada,
hogar de unos instantes, el soldado
negro de viento y soles, que ha pasado
junto a la Muerte el día,
y la enfermera blanca que lo pasó entre heridos,
y aquel que vino tras de la certeza
de los seres queridos,
y aquel que, derribada la cabeza,
piensa, en silencio, en los hermanos idos:
bajo la tenue luz, todos unidos
en la misma romántica tristeza.
Nunca como estas noches dolorosas
en que el cañón retumba con dolores de abismo,
he sentido en mí mismo
la hermandad sosegada de las cosas.
Siento, bajo mi sien, como una almohada;
la infinita y callada
hermandad silenciosa de la Muerte
y la igualdad sin nombre de la tierra.
No me turba el destino ni la suerte…
¡Cuánta paz en el fondo de la Guerra!
COLOQUIO DE LA SAMARITANA
-Cuando iba al pozo por agua
a la vera del brocal
hallé a mi Dicha sentada.
-Samaritana:
¿dónde están los ungüentillos
de nardos que te aromaban?,
¿dónde la linda sortija
y dónde las arracadas?,
¿dónde los cinco maridos
que tu amor enamoraban?
-Hallé mi Dicha, sentada
a la vera del brocal,
cuando iba al pozo por agua.
—¡Ay, samaritana mía,
si tú me dieras del agua
que bebistes aquel día!
-Toma el cántaro y ve al pozo:
no me pidas a mí el agua,
que a la vera del brocal
la Dicha sigue sentada.
CONFESIÓN
Me cuentan que unos perros ladraron desde abajo
la luna de mis rimas, la torre de mi fe.
Decídmelo si es cierto: yo andaba en mi trabajo
tan lleno de mí mismo, que no los escuché.
Decídmelo, que quiero, sin miedo ni jactancia,
poner junto a la espina la rosa del perdón.
Yo voy por un camino que pasa a igual distancia
de la calumnia torpe que de la adulación.
Y es tanto ya el revuelto bullir de algarabía
con que unos y otros hablan de lo que yo escribí
que, harto de tantas voces de sinrazón, un día
me dije: ¿Y tú?, ¿qué opinas…? Y he contestado así:
yo no soy más que un pobre trabajador paciente.
Mi Genio es el trabajo; mi Gloria es serle fiel.
Mi vida fue una siembra de rosas. Y a mi frente
llegaron casi a un tiempo la nieve y el laurel.
Muchos piensan que fueron los versos que compuse
juego de ocios dorados o ensueño de ilusión…
¡Cuando fueron angustias y dolores que puse
en verso, por echarlos fuera del corazón!
Viví en eso que llaman “el gran mundo”. Y profundo
sabedor de sus leyes, mi voz fue cautelosa:
y dije en verso todas las cosas que mi mundo
no me hubiera dejado que le dijera en prosa.
Amigos y enemigos, a su sabor y gusto,
pintaron un retrato de mí, que ya no sé
si es bueno, malo, falso, veraz, exacto o justo;
pero que hay que aceptarlo como dogma de fe.
En tres o cuatro frases metieron mi obra toda:
“orador elocuente”, “distinguido escritor”,
‘vate castizo y fácil”: ¡predicador de moda
de mil virginidades melifluas turbador!
Y es que mirando apenas mi vida, mi figura,
mi mundo y mis modales, sin llegarme a entender,
dieron por decidido, según lógica pura,
que yo era… lo que acaso debiera yo de ser.
Y yo mismo, engañado de tan bello espejismo,
por no darles la pena de decirles que no,
me he pasado la vida sin ser nunca yo mismo,
siendo lo que los otros dijeron que era yo.
Soy, por eso, una pura contradicción viviente:
luz y sombra que luchan una guerra sin paz;
máscara de un perpetuo carnaval que, doliente,
lleva mojado en llanto por dentro el antifaz.
Y aunque lucho y me afano por no turbar la idea
que los demás formaron de mí con tanta fe,
la lava apasionada de mi verdad golpea
las cárceles de nieve donde me encarcelé.
Orlas de fuego y sangre de mis páginas grises,
temblor del agua turbia de mi interior sentir,
fuga de mi esperanza por soñados países:
¡mis versos son la vida que no logré vivir!
(¡Cuántas veces mi pluma sirvió, compadecida,
de vara de virtudes para trocar mi mal!
¡Cuántas, sustituyendo con el Arte la Vida,
lo que pudo ser beso fue sólo madrigal!)
Lector: mira arrumadas mis arcas interiores:
sin ilusión mi vida, mi corazón sin paz.
Por hacerte mis versos más claros y mejores
te he dado cuanto tuve… ¡no puedo darte más!
Te he dado, en verso y rima, mi corazón inquieto,
mi sueño y mi esperanza te he dado en comunión:
me he arrancado la dicha, para hacerla soneto,
me he arrancado la vida, para hacerla canción.
Prólogo a Elegía de la tradición de España.
Está la atmósfera de España cargada de electricidad emotiva. Tiene —fragante de ozono y tierra húmeda— esa limpidez especial que, en las claras de las borrascas, deja ver hasta los últimos términos del paisaje. Se le ve ahora, como nunca, a España, por los entresijos de la borrasca política, la gloria pasada, con una dolorosa y nueva claridad. Y parece además, que todo —los ríos y el viento, la vida y la historia— estuviera inmóvil y callado, como en una emoción de espera. Todo esto parece que invita a rasgar esa atmósfera de cristal y silencio, con el compás de un nuevo verso viril y heroico: dicho en voz alta, con voluntad de lanzarlo, como una piedra, lo más lejos posible.
Ya sé que el gusto de hoy —y yo lo comprendo y lo comparto— se inclina hacia la poesía más pura y delgada, dicha, como a media voz, entre selectos. Pero no por eso debe dejarse de oír, en ciertos momentos, esta otra robusta y destocada poesía de multitudes y aire libre: poesía civil de ágora y asamblea, participante de las calidades de la oratoria, hecha para la declamación y la audición colectiva. Poesía es esta que ocupará siempre un lugar en el Arte: pero que además, y sobre todo, ocupará siempre un lugar en la vida: lugar de abuela, canosa y venerable, decidora de mitos, renovadora de recuerdos: aviso constante, en su reclusión hogareña, de la continuidad de las cosas.
Y este es momento de cantar así. Vivimos unas horas que, como enanos contra gigantes, se han amotinado contra los siglos. Diariamente se hiere el tronco de la tradición con hachazos de olvidos e infidelidades.
Yo he querido sencillamente, en estos versos que te ofrezco, lector, hacerte sentir un poco el valor de lo que ahora a España quieren arrancarle: no ya su valor ornamental y poético, tantas veces -y a menudo tan ñoñamente- cantado; sino su valor ornamental humano e individual, como elemento formativo del alma y el cuerpo de cada uno de los que nos llamamos españoles. Porque no somos los hombres átomos sueltos ni plumas al azar del aire. Somos gotas de un río y espigas de un trigal: trigal y río, con sus vallados, sus márgenes y su nombre propio. Cada uno de nosotros es quien es -y no otro- por aquello que, sobre su simple esencia abstracta de hombre, le han dado, al nacer, desde fuera, los padres, la tierra, los siglos y las cosas. Por eso cuando España se estaba haciendo, en su historia, se estaba haciendo algo de cada uno de nosotros. Por eso, herir la tradición y el pasado, no es alancear un cadáver, sino herir algo vivo en nosotros mismos. Se ha cantado demasiado la tradición como muerte: yo he querido cantarla como vida.
Esto es lo que he procurado decir en mis versos. Mejor dicho, lo que he procurado hacer sentir y hacer vislumbrar. Porque la palabra, si logra ser poética, más que decir, alude, invita y señala, frente a una celeste lejanía.
No son estos, pues, versos de guerra. Son, más bien, versos de dolor y de súplica. Piden paz, comprensión y tolerancia. Abogan, sin odio y sin ira, por las esencias de España.
Va esta Elegía dedicada, al margen de toda política de partidos, a todos los españoles mis hermanos, que en esta hora, sientan el dolor de la tradición de España; a todos los que sientan el pasado vivo en su presente, y sientan, por sus venas, la memoria fluida de la España una, grande, hidalga y católica. Casi me atrevo a decir que va dedicada a todos los españoles. Porque el que, de un modo o de otro, no sienta algo de estas cosas o reniegue de ellas, me parece que es un español dimitido.
Estamos en momentos de grandes decisiones. Se quieren resolver en horas cosas que pertenecen a los siglos. Se quieren acallar con las cuatro palabras de un precepto legal, episódico, las voces de los muertos.
Por eso yo he querido lanzar al aire este grito. Grito de dolor, de súplica y también de advertencia. Quiera Dios que sea oído. Mejor dicho, que contribuya, en su modestia a robustecer la voz unánime y nacional que debe hacerse oír. Si no ocurre así, y los que amamos la tradición llegamos a sufrir el destierro dentro de España misma, servirán, al menos, estos versos, para llorarlos, como salmo de dolor, a orillas de los ríos de España.
Elegía de la tradición de España
Me duele España en mí, como si fuera
carne en mi carne: siento
como el temblor de un viejo tronco al viento
o el desasirse de una enredadera.
Ramas tronchadas de una primavera,
siento en mí los sentires más amados
como Cristos manchados
de sangre y de saliva:
¡y me duele en el alma, en carne viva,
la mella de los siglos arrancados!”.
***
Me siento solo. Triste y amarilla,
la puesta del sol arde
sobre los montes. Brilla
la hoguera a los lejos; la corneja chilla…
iTengo miedo, Señor, en esta tarde
nublada sobre el campo de Castilla!
Señor, Señor:
¡por todas esas cruces
que disparan al cielo
los campos españoles!
¡Por los tibios resoles
y las luces
azules y violetas
del sol del pueblo sobre el campanario!
¡por la ermita, entre chopos, junto al río!
¡por el avemaría del rosario
del alba, rosa blanca, entre el rocío!
¡por la luz y las flores
y los siete puñales
de la Virgen que llora, entre cristales,
con lágrimas de cera, sus dolores!
¡por el Pilar y Atocha y la Almudena
y Regla y Setefilla:
por la Esperanza y por la Macarena!
¡por la luz misteriosa de la noche
santa y amarga de la maravilla!
¡por la seda y el oro y el derroche
gitano de los pasos de Sevilla!
¡por todas esas flores
de la casa paterna!
¡por toda aquella tierna
fe de nuestros mayores!:
¡en esta hora de angustias y dolores,
piedad, Señor, para la. España eterna!
¡Piedad, Señor, para los malhechores
que riegan sal y ortigas por los suelos!
¡Pon los siete colores
de tu arco de perdón sobre los cielos!
¡Hunde en el polvo el odio y la arrogancia
¡Siembra rosas de olvidos y perdones
y unge de compasión y tolerancia
labios y corazones!
¡Danos la paz! ¡Acerca a los hermanos!
¡Abre acequias de amor en los secanos
y pon el agua de la Vida en ellas!
¡¡Tú, que tienes el viento y las estrellas, Señor de los Señores, en tus manos!!
***
José María Pemán. Diciembre 1931