Vistas de página en total

sábado, 29 de febrero de 2020

LA GUARDIA DE ASALTO


La guardia de asalto. Policía de la República







Alejandro Vargas González
Historiador


La Guardia de Asalto nació con la Segunda República. Una de las primeras preocupaciones del Gobierno Provisional fue la creación de una fuerza de orden público que se identificara plenamente con la defensa del nuevo régimen. La idea fue del ministro de la Gobernación, Miguel Maura, quien decidió completar el Cuerpo de Seguridad con unas secciones llamadas de Vanguardia y Asalto. El encargado de llevar adelante el proyecto fue el director general de Seguridad, Ángel Galarza.
Sin embargo, la idea no era nueva. Unos meses antes el general Mola, último director general de Seguridad de la monarquía, había creado una Sección de Gimnasia con guardias escogidos con el fin de formar un cuerpo represivo de elite que evitara la utilización del Ejército para sofocar los desórdenes públicos. Sin duda, Maura y Galarza se encontraron con este proyecto al ocupar sus cargos en el ministerio, y decidieron hacerlo suyo, si bien con algunas modificaciones. Así lo explica el propio Maura en sus memorias:



“Lo ocurrido los días 11 y 12 de mayo –la quema de conventos en Madrid- me había confirmado el temor de la imposibilidad de hacer frente a los conflictos de orden público en las ciudades con la Guardia Civil, como único instrumento. Ni su armamento – el tradicional fusil máuser, de largo alcance y de manejo lento- ni el uniforme del Cuerpo, ni su rígida disciplina, podían adaptarse a las luchas callejeras y a la labor preventiva en las ciudades. Cada vez que intervenían era inevitable que el número de bajas fuese elevado, dado su armamento y obligado modo de proceder (…). Tan pronto como Ángel Galarza estuvo al tanto de su misión en la Dirección General de Seguridad, planeamos juntos la creación del nuevo Cuerpo de policía armada, al que desde el principio acordamos dar el nombre de Guardia de Asalto. Galarza se puso en contacto con el coronel Muñoz Grandes, hombre capaz y organizador excepcional, y éste aceptó la misión de ser el creador del cuerpo que proyectábamos (…) En menos de tres meses creó de la nada un cuerpo perfecto de tropa entrenada, uniformada, seleccionada y disciplinada en forma impecable. Fue un verdadero milagro la rapidez y la perfección con que fue creada la Guardia de Asalto. El reglamento del cuerpo era extraordinariamente rígido, no sólo en cuanto a disciplina, sino también en cuanto a las condiciones requeridas para el ingreso en él. Se exigía la estatura mínima de un metro ochenta centímetros, una constitución física verdaderamente excepcional. Su entrenamiento era intensivo, y pasaban horas y horas en el gimnasio del Cuerpo (…)
Ello dio por resultado que, habiendo sido iniciada la labor de la creación del cuerpo a fines del mes de mayo, pocos días antes de abandonar yo el Ministerio, es decir, el 14 de octubre, el ministro contaba con un cuerpo de Guardias de Asalto de ochocientos hombres formidablemente entrenados y preparados para la acción, armados con porras y pistolas como armamento normal, y dotado de un material móvil que permitía a sus secciones estar presentes, a los pocos momentos, en el lugar preciso (…)Constituyó dicho Cuerpo un elemento básico del orden para los ministros que me sucedieron en el cargo, y quedó la Guardia Civil descargada de la misión de enfrentarse en las calles de las grandes aglomeraciones con las turbas o con grupos de revoltosos, concentrando su acción eficacísima en los pueblos y en el campo, que es la propia del Instituto”. (1)
(1) MAURA, M. Así cayó Alfonso XIII. pp. 274-275.




La nueva policía fue creada por ley de 30 de enero de 1932, siendo su misión principal y casi única el mantenimiento del orden público, función en la que la Guardia de Asalto debía comportarse, como indicaba Maura, de modo muy diferente a como lo venían haciendo la Guardia Civil o el Ejército. El Reglamento, publicado el 10 de mayo de 1932, hacía hincapié en la necesidad de preparar a los hombres para disolver con éxito cualquier grupo numeroso y restablecer el orden que se hubiese alterado utilizando métodos incruentos pero convincentes. Así pues, se trataba de crear una policía moderna y eficaz a imitación de sus homónimas de otros países de Europa. Sus unidades se concentrarían en los núcleos urbanos, constituyendo un cuerpo de élite que actuaría con rapidez y contundencia, comprometiéndose a mantener el orden público evitando el derramamiento de sangre, lo que no siempre fue posible.

La Guardia de Asalto dependía del Ministerio de Gobernación y no era un organismo autónomo. Constituía una sección dentro del Cuerpo de Seguridad o Policía Gubernativa. Su mando se confiaba a un coronel o teniente coronel del Ejército, con el cargo de Inspector General. El nuevo Cuerpo contaba con 50 compañías distribuidas en 16 grupos, cuyas sedes eran: Madrid (1º,2º y 3º), Bilbao (4º), Sevilla (5º), Valencia (6º), Zaragoza (7º), La Coruña (8º), Málaga (9º), Oviedo (10º), Badajoz (11º), Valladolid (12º), Murcia (13º) y Barcelona (14º, 15º y 16º).
La unidad básica en el organigrama era la escuadra, formada por un cabo y cinco guardias. Tres escuadras formaban un pelotón bajo el mando de un sargento. Le seguía la sección, que mandada por un teniente agrupaba a tres pelotones. Finalmente, tres secciones constituían una compañía, a cuyo frente se encontraba un capitán.
Todos los oficiales eran militares profesionales, procediendo muchos de la Legión y de los Regulares, lo que pronto dio a las unidades de Asalto un marcado carácter castrense que terminó por asemejarlas a la Guardia Civil.

Los sucesivos gobiernos republicanos no escatimaron gastos a la hora de dotar al Cuerpo de efectivos y material. En abril de 1932 se autorizó una plantilla de un coronel, dos tenientes coroneles, 12 comandantes, 57 capitanes, 177 tenientes, 302 suboficiales y sargentos, y 3.896 cabos y guardias. Cifra, esta última, que se incrementaría en 2.500 hombres en septiembre de ese mismo año.
El armamento fue especialmente cuidado. La tropa fue dotada de carabinas, modelo Máuser 1893, y una pistola astra-m-900 calibre 7,63 mm. Completaban las armas de fuego diversas dotaciones de ametralladoras pesadas y ligeras, morteros, granadas de mano y gases lacrimógenos. No obstante, el arma que pronto distinguió a la Guardia de Asalto fue la utilización de una matraca o porra de cuero de 80 cm de longitud, que sustituyó al sable, que tantos heridos y muertos causaba en las manifestaciones y tumultos callejeros. Su éxito fue rotundo, y en poco tiempo fue adoptado por todo el Cuerpo de Seguridad.
En julio de 1936, en vísperas de la rebelión militar, la plantilla del Cuerpo de Seguridad y Asalto estaba compuesta por 17.660 efectivos, de los que 16.667 eran cabos y guardias, 543 suboficiales y sargentos, 428 oficiales, 18 comandantes y tres tenientes coroneles. Unos 8.000 hombres pertenecían a la sección de Seguridad, siendo el resto guardias de Asalto.

A su mando se encontraba, aunque de forma interina, el teniente coronel Pedro Sánchez Plaza. Agustín Muñoz Grandes había dimitido como Inspector meses atrás, siendo sustituido por el de igual grado, Rafael Fernández López, quien resultaría asesinado al inicio de la guerra civil. El hombre que tan eficazmente había organizado las fuerzas de Asalto se negó a dirigirlas bajo el gobierno del Frente Popular. Militar de filiación africanista e ideas conservadoras, Muñoz Grandes se sublevó el 18 de julio. Durante la II Guerra Mundial mandó la unidad conocida como División Azul, que combatió en el frente ruso, y llegó a alcanzar el grado de capitán general.
La sublevación militar se encontró con la oposición de la Guardia de Asalto en casi todo el país. Y es que en los meses inmediatamente anteriores a la guerra sus cuadros de mando se vieron profundamente alterados por el gobierno. En especial los correspondientes a las unidades que guarnecían las ciudades más importantes (sólo Madrid y Barcelona concentraban la mitad del total de efectivos). Con esta medida el gobierno se aseguró la lealtad de las fuerzas del Cuerpo en una proporción superior a la Guardia Civil y los Carabineros.

Zaragoza fue la única gran ciudad donde las unidades de Asalto, al mando del comandante Manuel Marzo Pellicer (que había sido trasladado recientemente por sospechoso, de la de Barcelona), se sumaron en bloque a la sublevación, lo que facilitó en gran medida las cosas al general Cabanellas, que ya contaba con la adhesión de la Guardia Civil. Y lo mismo hicieron diversos destacamentos de otras dos ciudades que tenían un importante contingente de efectivos: Oviedo y Valladolid. En la capital asturiana el coronel Aranda entregó el mando de los de Asalto al comandante Gerardo Caballero Olabézar, que, habiendo sido el jefe del 10º Grupo, se encontraba en situación de disponible en Zaragoza desde hacía unas semanas, al haber cesado en solidaridad con otros oficiales destituidos por el Frente Popular tras un altercado ocurrido en junio en una verbena, entre guardias y paisanos que les habían gritado ¡viva el ejército rojo! Caballero, en un audaz golpe de mano, consiguió que la mayoría de los guardias le siguieran. No obstante, el comandante de la plaza, Alfonso Ros (su sustituto), y diversos oficiales, se negaron a sublevarse y se enfrentaron en el cuartel de Santa Clara, mediante un tiroteo.

Llega el comandante Caballero al Regimiento «Milán» y se presenta al coronel Aranda, quien le dice: «La guarnición de Oviedo se ha unido al alzamiento militar. No necesito preguntarle si está usted con nosotros».
–Yo estoy siempre al servicio de España, mi coronel.
–Únicamente no se han unido al movimiento las tres compañías de Asalto. Quiero evitar una lucha inútil, pero los mandos son casi todos rojos. Por eso lo he llamado.
–Voy al cuartel de Santa Clara –dice el comandante Caballero– y antes de una hora, si no he muerto, la Guardia de Asalto estará al servicio de España.
–Muy bien y... ¡Viva España!
En las cercanías del cuartel de Santa Clara, por la parte que da al teatro Campoamor, hay un retén de guardias de Asalto bajo el mando de un sargento. Llega el comandante Caballero y el sargento le da el alto:
–¿Quién vive?
–España, vuestro comandante, el comandante Caballero.
El comandante avanza lentamente hacia el retén de guardias de Asalto, y el sargento le dice: «Mi comandante, retírese usted; no queremos hacer armas contra usted, pero tenemos órdenes de que no pase nadie».
–De orden del comandante militar de Asturias, y en nombre de España, vengo a hacerme cargo del mando del décimo grupo de Asalto. No tenéis más que dos caminos: obedecerme o matarme. Decidid pronto; pero si me matáis, será por la espalda porque ahora mismo voy a tomar posesión del cuartel. ¡Viva España!... ¡Tirad si queréis!.
El sargento va detrás de él y le dice: «Si le matan a usted, nos matarán a los dos. Yo estoy a sus órdenes siempre».
«Yo también... ¡Y yo!... ¡Y yo!... y todos», contestan los guardias.
–¿Qué ocurre? –pregunta el comandante Caballero.
–El cuartel está lleno de rojos. El comandante les abrió las puertas esta mañana y los está armando. Hay cerca de mil.
Entran en el cuartel subiendo por una escalera estrecha; llegan a una compañía donde hay varios guardias que se unen al comandante Caballero.
Un cabo de otra compañía se echa el mosquetón a la cara y dispara sobre el comandante.
–¿Está usted herido, mi comandante?
–Un rasponazo en el hombro.
El comandante se asoma a la ventana gritando: «¡El cuartel es nuestro... Rendiros!... ¡Viva España! ¡Viva el Ejército!»
El patio del cuartel de Santa Clara está atestado de mineros y milicianos. También están el jefe del décimo grupo de Asalto, el comandante Ros, y algunos oficiales y varios guardias.
Al aparecer el comandante Caballero le saludan con una descarga de balas que rebotan a su alrededor y se produce una desbandada general. En un momento el patio está completamente vacío, por lo que no pudo el comandante Caballero, de ninguna manera, ametrallar a los milicianos que estaban en el patio del cuartel de Santa Clara.
El comandante Ros y algunos oficiales se refugiaron en el polvorín.
«El cuartel de Santa Clara es nuestro», le dicen al comandante Caballero
–Le prometí al coronel Aranda que antes de una hora dominaría el cuartel y solamente han transcurrido tres cuartos de hora para que el cuartel de Santa Clara esté al servicio de España y del Ejército.
(...)
En los primeros días de octubre de 1936, se desarrollan en la posición de la Loma del Canto grandes combates. Ha muerto heroicamente el teniente coronel Iglesias, del Regimiento «Milán».
El comandante Caballero, al enterarse, dice a su ayudante: «Comunique al general Aranda que salgo para la Loma del Canto para hacerme cargo de la posición y que no saldré de allí hasta que la situación se haya resuelto o hasta que vaya a reunirme con el teniente coronel Iglesias».
Los rojos han tomado la posición de Los Solises, el comandante Caballero se dirige a la posición ocupada y logra recuperarla.
De vuelta a la posición de la Loma del Canto, el comandante Caballero rueda por el suelo con una herida en la cabeza. Lo llevan a la enfermería y el alférez médico lo examina y dice: «No ha muerto todavía. Está gravísimo. Tiene la cabeza atravesada».
El comandante Caballero no murió de aquella herida pero perdió un ojo.
(2) Fermín Alonso Sádaba 


Por su parte, en Valladolid, la rebelión militar fue iniciada por diversos oficiales de Asalto que se negaron a obedecer la orden de trasladar sus tropas a Madrid con el fin de reforzar los efectivos de la capital. Al frente del grupo de Asalto se encontraba el comandante Nicanor Martínez, fervoroso adicto al gobierno del Frente Popular, que fue reducido por sus hombres al mando del capitán Julián Perelétegui de la Fuente, simpatizante de FALANGE. No obstante, parte de la tropa, al mando del capitán Cuevas, salió en dirección a Madrid.




Caso singular fue el de Murcia, sede del 13º grupo de Asalto. Había en la ciudad dos compañías al mando del capitán Ricardo Balaca Navarro, que intentó sublevarse. Al no encontrar apoyos ni en el Ejército ni en la Benemérita, así como una fuerte oposición de suboficiales entre los que se encontraba el sargento Cristobal Martínez Huertas (quien, siendo ya capitán, sería juzgado y fusilado en 1942), se vio pronto obligado a rendirse, tras lo que fue fusilado junto con los tenientes del mismo cuerpo, Eloy Rodríguez Chamorro y José Pérez Redondo. En el Juicio popular que se siguió, el sargento Martínez, al parecer, se había presentado como testigo de prueba durante el proceso lo que a la postre, terminada la guerra, le supondría la condena a pena de muerte en el suyo propio.


En algunas de las ciudades donde triunfó el Alzamiento, la Guardia de Asalto se opuso con decisión. Dos casos destacaron: La Coruña, donde los guardias resistieron dos días en el edificio del Gobierno Civil; y Sevilla. En esta ciudad, y al mando del comandante José Loureiro Sellés, tres compañías apoyadas por tres blindados resistieron durante horas, hasta que fueron reducidas por la Guardia Civil, leal a Queipo de Llano. En Córdoba y Cádiz diversas unidades opusieron resistencia, pero fueron derrotadas por tropas llegadas de África.


En conjunto, más del 70 por ciento de los efectivos del Cuerpo se mantuvo fiel al Gobierno. En Madrid, donde el Cuerpo de Seguridad contaba con una guarnición de 4.000 hombres, la lealtad fue absoluta. Concentraba la capital los grupos de Asalto 1º, 2º y 3º, tres escuadrones de caballería, tres compañías de especialidades y once compañías urbanas. Muchas de estas fuerzas estaban motorizadas y contaban con blindados y compañías de ametralladoras. Los grupos de Asalto estaban mandados por los comandantes Pérez Martínez, Sánchez de la Parra y Burillo, todos ellos afectos al Frente Popular. Además, el mismo 18 de julio el Ministerio de la Gobernación ordenó que se concentrasen en la capital las compañías de Valladolid, Salamanca, Segovia, Avila, Logroño, Guadalajara, Toledo y Ciudad Real. Con ello se aseguró la derrota de la rebelión en Madrid, pero facilitó su triunfo en las ciudades castellanas, que quedaron sin unidades de Asalto.


También era muy numerosa, cerca de 2.000 efectivos, la guarnición de Barcelona, que además fue reforzada con unidades procedentes de otras poblaciones catalanas. Bajo la dependencia de la Comisaría General de Orden Público se encontraban los grupos de Asalto 14º (comandante Alberto Arrando), 15º (comandante Madroñero), y 16º (comandante Gómez García). Estas fuerzas se completaban con tres escuadrones de caballería, nueve compañías urbanas y tres de especialidades. Su oficialidad fue profundamente remozada los meses previos a la guerra, pues el Gobierno desconfiaba de numerosos jefes y oficiales.

El capitán Federico Escofet, como comisario de Orden Público de la Generalitat, confió plenamente en la Guardia de Asalto para detener a las tropas sublevadas en determinados puntos de la ciudad. Los de Asalto actuaron con lealtad y eficacia. No obstante, hasta la intervención del 19 Tercio de la Guardia Civil, al mando del coronel Escobar, la balanza no se decantó del lado del Gobierno.
En las restantes ciudades sedes de grupos de Asalto se mantuvo sin serios problemas la obediencia al Gobierno. En Valencia y Málaga los guardias sitiaron los cuarteles del Ejército, donde una oficialidad desconcertada dudó durante días entre la fidelidad y la rebelión, hasta que fueron vencidos. En Bilbao y Badajoz, donde se hallaban importantes efectivos, los guardias se mantuvieron en su puesto.
La Guardia de Asalto fue oficialmente disuelta por Decreto de 27 de diciembre de 1936, pasando sus hombres a formar parte del llamado Cuerpo de Seguridad. No obstante, popularmente se les siguió conociendo con el nombre de siempre hasta el final de la guerra.
La confianza del Gobierno en el Cuerpo era absoluta, lo que propició que a lo largo de la contienda se reclutaran nuevos hombres, llegándose a alcanzar la cifra de 40.000. Fueron utilizados en ocasiones como tropas de choque y especialmente como policía militar, tanto en el frente como en la retaguardia. Su arrogancia y excelente armamento sorprendió al escritor británico George Orwell durante los hechos de mayo de 1937 en Barcelona, de los que fue testigo privilegiado:

“Eran unas tropas magníficas, con mucha diferencia las mejores que yo había visto en España (…) Yo estaba acostumbrado a las andrajosas y mal armadas milicias del frente de Aragón, y no sabía que la República poseyera tropas como aquellas. No sólo eran hombres de unas condiciones físicas excepcionales, sino que lo que más me asombraba eran sus armas. Todos ellos iban armados con flamantes fusiles de un modelo que llaman “el fusil ruso”. Tuve ocasión de examinar uno. Estaba lejos de ser un fusil perfecto, pero era incomparablemente superior a aquellos atroces y viejos trabucos que teníamos en el frente. Los guardias de asalto tenían un fusil ametrallador por cada diez hombres y una pistola automática cada uno; en el frente teníamos aproximadamente una ametralladora por cada cincuenta hombres, y en cuanta a pistolas y revólveres sólo era posible obtenerlos ilegalmente. En realidad, aunque no había reparado en ello hasta entonces, lo mismo ocurría en todas partes. Los guardias civiles y los carabineros, cuya misión no tenía nada que ver con la lucha en el frente, iban mejor armados y equipados que nosotros. Sospecho que esto ocurre en todas las guerras, que siempre se da el mismo contraste entre la mimada policía de la retaguardia y los andrajosos soldados de las trincheras. En general, los guardias se asalto, al cabo de uno o dos días, se llevaron muy bien con la población (…) no tardaron en deponer su aire de conquistadores y las relaciones  se hicieron más cordiales”  (3).

La ácida crítica de Orwell no carecía de fundamento. El mismo jefe del Estado Mayor del Ejército republicano, el general Vicente Rojo, se mostró muy crítico en varios informes sobre la escasa efectividad en combate de las unidades formadas por guardias de asalto y por carabineros. Años más tarde volvería a recordar este hecho en un conocido libro de memorias.
Las críticas no deben sorprendernos, pues hemos de recordar que las tropas de asalto no fueron concebidas como fuerzas de choque sino como policía de retaguardia; lo que motivó, sin duda, que numerosos emboscados se alistaran como guardias con el fin de eludir el servicio activo en el frente. Cuando éste se produjo, ya al final de la guerra, la baja moral de estos hombres tuvo desastrosos efectos.
Por su parte, y a diferencia de los gobiernos republicanos, Franco no realizó el menor cambio organizativo mientras duró la contienda. Finalizada ésta, el dictador procedió a una reestructuración de las fuerzas de orden público, lo que se plasmó en la Ley de Policía de 8 de marzo de 1941. Esta Ley ponía fin de forma definitiva al Cuerpo de Seguridad y de Asalto, que fue sustituido por una nueva unidad policial: la Policía Armada, los grises del franquismo, diseñada para actuar en el medio urbano.
(3) ORWELL, G. Homenaje a Cataluña.  Pp. 146-147.



  Referencias bibliográficas

  • – ALPERT, Michael. El Ejército Republicano en la Guerra Civil. Madrid, 1989.
  • – ESCOFET, Frederic. Al servei de Catalunya i de la República. París, 1973.
  • – MAURA, Miguel. Así cayó Alfonso XIII. Barcelona, 1966. 
  • – MUÑOZ, Roberto. Fuerzas y Cuerpos de Seguridad en España (1900-1945). Madrid, 2000.
  • – ORWELL, George. Homenaje a Cataluña. Barcelona, 1985.
  • – ROJO, Vicente. ¡Alerta los pueblos!. Barcelona, 1975.
  • – SALAS LARRAZÁBAL, Ramón. Historia del Ejército Popular de la República . Madrid, 1973.

No hay comentarios:

Publicar un comentario