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jueves, 16 de febrero de 2012

«El padrísimo»


 

 «El padrísimo»


Año 1942. Crudo invierno. En una taberna del viejo Madrid un hombre habla solo. Se trata de uno de los bebedores habituales, un anciano de aspecto venerable que hoy está más ajerezado de la cuenta. Nadie lo conoce más que de vista y por el nombre, puede ser que se llame o atienda por Nicolás. Ha entrado dando vaivenes y apenas se sostiene, por lo que para seguir vertical está, más que apoyado, agarrado a la barra del bar. El soliloquio que está repitiendo empieza a entenderse.
 —Digo, ¡«Paquito» en El Pardo! —musita en voz baja.
El tabernero se percata de lo que ha dicho, pero hace como que no lo oye.
El hombrecillo sube la voz y, esta vez, lo oyen todos.
—«Paquito» en El Pardo, ¡pero si no sirve para nada! Ramón es el que tenía que estar ahí ¡Ese sí que valía!, ¡si lo sabré yo!
La clientela se vuelve hacia el hombrecillo. «Ha llamado ‘Paquito’ al Caudillo», suelta uno al fondo. «Está insultando al ‘generalísimo’», advierte el otro. «Hay que hacer algo» resuelve alguno.
Si hubieran estado solos a lo mejor el tabernero no hubiera hecho nada, pero delante de toda esa gente lo mejor, por si acaso, era llamar a la policía no sea que luego alguien se chivara de él por no haberlo hecho y buscando, buscando, le encontraran algún pecadillo de juventud. Eran los tiempos en los que unos tenían que significarse y otros evitar hacerlo. Tiempos difíciles: Los vencedores quieren cosechar, los vencidos olvidar y ser olvidados, y, los más, vendimiar algo de la cosecha como sea, es decir, cambiando de chaqueta. Afuera hay una «causa general» pendiente y una España humeante y hambrienta que sueña con jamones, llena nada más que de ausencias y pérdidas, de silencios rotos por muchos gritos. Hay miedo.
El hombrecillo de mirada perdida seguía con su letanía injuriosa cuando una dotación de policía armada se presentó. Todos señalaron a Nicolás con el dedo. «Es aquel tío».
El cabo, ex combatiente, iba a preguntarle por lo que había estado diciendo del «Generalísimo» pero no hizo falta. Seguía repitiendo su letanía como si tal cosa, ajeno al uniforme que tenía delante y a la realidad. No daba crédito. Nunca nadie había osado decirle eso ante sus mismos bigotes. «La policía es como el rayo que a unos fulmina y a otros espanta». Era entrar él y hacerse el silencio. Esos comentarios eran de paredón.
 —Vamos, ¡Andando, estás detenido!
Y el cabo auxiliado por los otros tres policías soltaron, acto seguido, una serie de muy hispanas imprecaciones.
Introducido a empellones en el vehículo fue conducido a la Puerta del Sol (D.G.S.). Por el camino iba diciendo: «¡Paquito en El Pardo!».
—Tú sigue, rojo canalla, que verás la que te espera.
Al llegar lo arrojaron en un banquillo con otros detenidos, donde se fue desplomando como un muñeco. Los inspectores que recibieron a aquel hombre de vida disoluta para instruirle unas diligencias y meterle el paquete de los gordos, no tardaron en sacar su ficha del recién creado DNI: Don Nicolás Franco salgado -Araujo, Intendente General de la Armada en situación de Reserva. Todos los presentes se quedaron de piedra cuando el agente de 2ª lo leyó, menos el susodicho que estaba ya durmiendo la mona. Acababan de detener, de forma expeditiva, al padre de Franco, el Jefe del Estado, Su Excelencia el Generalísimo. Por Dios Santo y todos los Ángeles del Cielo. Lo mismo un dudoso amanecer de estos se encontraban todos ellos ante un pelotón. Carreras y prisas. Alarma general.
«¡Avisen al Comisario!».
Inmediatamente, tras deliberarlo un rato y con más miedo que vergüenza, se contactó con El Pardo para consulta y espera de instrucciones. La orden recibida:
—Llévenlo a casa y procuren que no salga de allí en ese estado. Y de lo actuado me den cumplida cuenta a la mayor brevedad, y con la mayor de las discreciones (Saludo al uso: Arriba España).
Con tanta rapidez como amabilidad dejaron a aquel hombrecillo en su domicilio de la calle de Fuencarral, dentro de su cama. Cuentan que cuando ya se iban, dando reverencias y taconazos, don Nicolás se volvió e insistió:
—Digo, ¡«Paquito» en El Pardo!

© Humberto 2009
PD: Don Nicolás, el «padrísimo», falleció al poco de este episodio.

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