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miércoles, 9 de diciembre de 2015

DESEANDO AMAR




Una lectora de este blog me sugirió hace tiempo que viese la película IN THE MOOD FOR LOVE (Deseando amar), del realizador Wong Kar-Wai. Me gustó. Es un película extraña de la que, ahora, meses después, apenas tengo recuerdos nítidos sobre personajes o escenas, en cambio, recuerdo perfectamente las sensaciones que me inundaron al verla, los silencios llenos de palabras, los cuerpos encontrados sin rozarse, la seducción desde la invisibilidad. Y, por descontado, la banda sonora.

Me hice con la música y la he puesto justo antes de empezar a escribir estas líneas. Suena el primer  tema, famoso por ser el de un anuncio de un vehículo en el que una mano va acariciando muy despacio algunos cuerpos. El compositor es Shigueru Umebayasi, el habitual de Wong Kar-Wai.

Hay dos tipos de música: la buena y la mala. Y dos subtipos: la que me gusta y la que no. Entre las primeras están las que me conmueven, me animan, me entristecen o me alteran, y las que no. Las que me cuentan algo y las que no. Las que me hacen estremecer y las que no. Me da completamente igual cuándo y quién las haya escrito y compuesto, si ocupan los primeros puestos en las listas de ventas o si no las conoce nadie —confieso que eso de que no las conozca apenas NADIE me place porque les añade un plus de encanto—, si están escritas en un idioma que entiendo o en una lengua que desconozco, solamente me dejo llevar por ese movimiento indescriptible que se me hace por dentro, localizable entre las costillas y el ombligo. 

No soy de llorar. Sí de ponerme nostálgico. Recuerdo la última vez que al oír una canción la nostalgia me invadió como si me clavaran un puñal hecho de filo de melancolía. Estaba tomando una copa de vino blanco, mirando por la ventana la lluvia caer, cuando de repente en la radio suena una canción. Piano. Reconocía la melodía pero no era capaz de distinguir cuándo y dónde la había escuchado antes, me aparté de la ventana y me hundí en el sillón. Me parecía desgarradora, tristísima. Sabía que las notas hablaban del vacío, de la ausencia, del después de amar, del dolor. La busqué hasta conseguirla rastreándola por internet, leyendo las listas de canciones emitidas en ese día. Leí el título: Claire de lune. Me extrañó. La había oído cientos de veces, incluso tenía el CD de la banda sonora de la película FRANKIE Y JOHNNIE, y recordaba la escena en que ella, una mujer herida por el maltrato del pasado, que rehúye a los hombres, se encierra en el cuarto de baño tras una discusión por el rechazo que tiene a abrirse, y él, un hombre extrovertido que viene de la ilegalidad para buscar un empleo decente, consigue persuadir al locutor de radio para que la vuelva a poner, y la música resulta ser la llave que abre la coraza en la que ella se encierra, porque, en definitiva, el amor no se elige, es el amor quien te elige. Y vence. 



¿Por qué me parecía entonces que en ese momento la estaba escuchando por primera vez? Supongo que porque, en definitiva, en ese instante, en esa forma lenta de teclear el piano, era la primera vez que la escuchaba.
Qué duda cabe que si nuestras vidas fueran libros, los marcadores de páginas serían las canciones que nos han ido acompañando a lo largo de los años porque el poder evocador de la música es tan fuerte como el de todas las magdalenas de Proust juntas y todo su tiempo perdido. Cuántas veces he estado en un lugar cualquiera y ha sonado una canción que me ha llevado, sin avisar, hasta una noche en un café madrileño escondido a veinte años de distancia. Porque la música no me lleva donde yo espero, sino hacia donde a ella se le antoja llevarme. Por ejemplo, la BANDA SONORA de IN THE MOOD FOR LOVE me ha llevado a muchas de las escenas que tiene la película, de búsqueda incesante de esquiva felicidad, que se deja aprehender por un momento para luego escabullirse entre los dedos.
Está acabando el disco.

Me he marchado, sin darme apenas cuenta, a los silencios llenos de palabras. A los cuerpos encontrados sin rozarse. A la seducción desde la invisibilidad.

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