A los tres de Orzán.
Javier, Rodrigo y José Antonio.
¿Héroes? ¿Valerosos? ¿Temerarios? No, ante todo y sobre todo PERSONAS. Lo que hay dentro del uniforme son personas que sienten y padecen, que ríen, lloran y sufren como el resto de los mortales y que por razón de oficio, las más de las veces, no por temeridad ni por inconsciencia, no porque haya obligación alguna, que no la hay, sino por simple orgullo de pertenencia a este viejo e ingrato oficio y de querer ayudar en la más amplia extensión de la palabra, arriesgan lo más preciado que se tiene, la vida propia, en aras de salvar la del prójimo. Y el que arriesga puede perder y así ha sucedido.
Los tres trataron de ayudar no tanto por los viejos y quebrados códigos de conducta de lo que en su día juraron, sino porque era personas, y personas de bien; arriesgaron y perdieron, les tocó perder, y entre las frías aguas su ser se evadió, sin despedidas, sin música, de improviso, como suele ser en todos los gestos heroicos y valerosos.
Y por la playa de Orzán sopla desde ayer un aria triste de ruda y pavorosa soledad de olas, el faro rasga con su guadaña la cortina de la tarde plomiza, y el cielo llora con mansedumbre de brisa norteña, mientras en una capilla hay un uniforme azul envuelto en una bandera, velado por otros muchos uniformes que, con gesto sombrío, aguardan noticias de que el mar silente devuelva a sus dos compañeros, los que faltan por velar. Los que no han vuelto aún de la ronda. En la capilla hay una red de silencios dolientes rota únicamente por los lamentos desgarradores de tres mujeres, que eran compañeras de vida y no de oficio, de los hermanos, de los padres... familiares que se formulan preguntas que no tienen respuesta:
« ¿Por qué?»
Que se repiten un ruego:
«Devuélvelos mar, Ángeles son, y no naves. Devuélvelos. Que los tres han de dormir juntos en el último hueco. »
No hay reproches. Dolor y silencio.
Tres mujeres que soñando esperarán, en vano, de una noche a otra noche, su retorno de un servicio que terminó para ellos en la agreste baranda de la arena, entre el áspero mar. Que anhelarán no sentir sobre sus carnes el abrazo, otro que no fuera el último, total e insondable que les dio la muerte. Dos que, despiertas, de un día a otro día, esperarán a que vuelvan de la playa, de la última la ronda, para que también les cubran sendas banderas, para que descansen en el último lecho, bajo los geranios y crisantemos que atenúa la niebla.
El mar sigue callado, no devuelve, y la playa desierta, y no se oyen pasos, y dos no vuelven de la ronda, siguen de servicio.
PD: Descansad en paz compañeros.
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