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domingo, 30 de noviembre de 2025

La marca que no se olvida

 





Cuando vuelves a casa, las calles ya están casi vacías. A veces sientes que la ciudad te reconoce por el sonido de tus pasos. Madrid, en los noventa, es un animal nocturno que sólo baja la guardia cuando empieza a clarear.
Abres la puerta de tu piso y el olor del café recalentado te recibe. Sabes que es cosa de Clara, la portera. Lleva años ocupándose del edificio, y de ti cuando hace falta. No es familia, pero es lo más parecido que tienes. Siempre dice que duerme poco, que una finca así «hay que vigilarla como si fuera un chiquillo».
La encuentras en la portería, revisando facturas. Al verte entrar, te mira con esos ojos que parecen haber visto todas las vidas posibles.
—Otra noche larga —dice, sin necesidad de que le cuentes nada.
Te invita a sentarte. En el escritorio tiene un botiquín abierto. Te señala el brazo derecho.
—Tienes sangre.
Miras la manga rasgada. Ni lo habías notado. Debió de pasar cuando apartaste a una de aquellas mujeres del bordillo, antes de que el coche en el que se fugaba su chulo la embistiera.
Clara moja una gasa y empieza a limpiarte la piel. Sus manos son seguras, meticulosas. Como Euriclea reconociendo a Ulises por la cicatriz, piensas sin decirlo. Pero Clara no necesita tocar ninguna marca para saber quién eres: te ha visto crecer a golpes, a turnos de noche, a decisiones difíciles.
De pronto se detiene. Sus dedos se posan sobre la vieja cicatriz de tu antebrazo, esa que te hiciste de chaval, peleando con aquellos matones de barrio que al verse encarados tiraron de navaja.
—Siempre vuelves con algo nuevo —murmura—, pero ésta… ésta no cambia.
Asientes. No hay mucho que decir. Esa marca, como otras que no se ven, es lo que te recuerda quién fuiste antes de la placa, antes de la ciudad devorando madrugadas.
Clara te venda el brazo y suspira, pero no con cansancio: con una ternura antigua, casi ritual. Levanta la vista y te habla con una firmeza que nunca le habías oído:
—Ten cuidado, Martín. No todas las voces que llaman en la noche quieren tu bien.
La frase te atraviesa con la precisión de un recuerdo fresco: los cantos de Montera, la fuerza invisible, las miradas de aquellas mujeres.
Sales de la portería con la venda aún tibia y el eco de las palabras de Clara persiguiéndote. Madrid amanece, incierta, como si también ella te observara con la misma mezcla de cariño y preocupación.
Y mientras subes las escaleras hacia tu piso, entiendes que hay heridas que curan y otras que revelan. Y que, a veces, lo que te salva es alguien que recuerda por ti quién eres en realidad.


©Humberto 2025

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