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domingo, 30 de noviembre de 2025

Las sirenas de la Gran Vía


 

Las luces de neón de la Gran Vía parpadean como faros cansados mientras avanzas por la acera. Es 1994 y Madrid tiene ese brillo sucio y fascinante que sólo aparece de madrugada, cuando el último metro ya ha cerrado y la ciudad respira sin testigos.
Patrullas solo esta noche. En comisaría han corrido rumores extraños: varias mujeres de la calle han logrado que algunos conductores se detengan sólo con oírlas hablar. No sería raro que intentaran atraer clientes —eso lo ves cada día—, pero los testigos juran que lo suyo es diferente. Los hombres dejan el coche en mitad de la calzada, como si una fuerza invisible los guiara hacia ellas.
Al doblar una esquina de Montera, las ves. Tres mujeres apoyadas en una fachada vieja, fumando, riendo entre ellas. Cuando hablan, sus voces flotan en el aire como un hilo cálido, demasiado suave para aquella noche fría. Un escalofrío te recorre la espalda: no es lo que dicen, sino cómo suena, como si cada palabra buscara tu punto más débil.
Recuerdas entonces lo que te dijo un veterano de la brigada: «A veces lo que te pierde no es lo que ves, sino lo que oyes». Así que sacas de tu bolsillo unos auriculares viejos que usas para aislarte y te los pones. El mundo se vuelve sordo y seguro.
Las mujeres se acercan, curiosas, moviendo las manos con una gracia ensayada. Sólo ves labios moviéndose y sonrisas diseñadas con precisión, pero no escuchas nada. Quizá por eso mantienes la sangre fría.
Les haces señas para que se aparten de la carretera. Hablas despacio, exagerando los gestos, intentando explicar que no buscas problemas, sólo protegerlas. Ellas, al ver que sus voces no surten efecto, bajan la intensidad. Finalmente, levantas el auricular de la derecha a tiempo para oír que la mayor está diciendo: «No queríamos hacer daño. Sólo sobrevivir».
Asientes. En el Madrid de los noventa, todos sobrevivís a algo.
Cuando te alejas, aún con los auriculares puestos, piensas en Ulises —un recuerdo inesperado de tus años de instituto— y te preguntas si la ciudad no será también un mar extraño. Y si aquellos cantos, más que de sirenas, son los de mujeres que han aprendido a convertir su voz en arma y refugio al mismo tiempo.
Sigues caminando mientras la madrugada avanza, y el rumor de la ciudad, incluso amortiguado, sigue sonando como un mito moderno.


©Humberto 2025

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