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domingo, 16 de noviembre de 2025

Sueños de Neón en Oviedo

 

Sueños de Neón en Oviedo


 



1. La Llegada

A principios del verano de 1994 regresé a Oviedo tras cinco años estudiando, sin mucha aplicación, económicas en Madrid. La ciudad me recibió con un cielo que prometía lluvia, como siempre, y con ese olor a humedad vieja que se cuela entre las calles estrechas del casco antiguo. Viajaba ligero, con una maleta pequeña y la sensación de que me había perdido algo durante mi ausencia. Tenía un trabajo medio apañado en una asesoría que un primo de mi madre había abierto en la Avenida de Galicia, y más bien pocas expectativas.
Fue mi prima Marta quien me habló por primera vez de Antón Gascón.
—Vive en una mansión en el Naranco —me dijo mientras tomábamos una sidra en Gascona—. Da fiestas cada fin de semana. Cualquiera diría que es americano.
No le di mayor importancia. Pensé en uno de esos nuevos ricos que salieron como setas en los noventa: coches importados, trajes caros y discursos vacíos sobre oportunidades. Pero el nombre, vaya uno a saber por qué, quedó en mi memoria, flotando como una melodía apagada.

2. La Casa del Naranco

Una tarde de julio, Marta me arrastró a una de esas fiestas. Subimos en un taxi por la cuesta que serpenteaba hacia el Naranco, y de pronto apareció ante nosotros una casa enorme, modernista, con cristaleras enormes que brillaban como espejos y música electrónica saliendo de todas partes. Una multitud se movía por la terraza: gente trajeada —probablemente empresarios—, chicas con vestidos de colores estridentes y universitarios que parecían más interesados en las copas que en el paisaje.
Yo no conocía a nadie. Pero todos parecían conocer a Antón. No lo vi al principio, aunque se hablaba de él en cada esquina. «Llegó hace unos años»; «Dicen que ha vivido en Nueva York»; «Trabajó en algo de finanzas, no sé bien»; «Tiene un aire raro, elegante». En Oviedo, supe desde siempre, cualquier rareza se vuelve mito en dos días. 
Cuando por fin lo encontré, estaba de pie junto a una barandilla, mirando la ciudad iluminada. Llevaba un traje claro, distinto a los que usaba la gente de aquí, y un gesto tranquilo, casi afable, como si estuviera esperando a alguien.
—Hola —me dijo al verme acercar—. Soy Antón.

3. Conversaciones en la Penumbra

No sé por qué, pero me cayó bien desde el primer momento. Tenía una forma de hablar suave, ajena a la ostentación que lo rodeaba. Me preguntó por mi vida, por mis estudios, por mi regreso a Asturias. Escuchaba con la paciencia de quien tiene todo el tiempo del mundo.
—Pareces sorprendido —dijo cuando mencioné lo impresionante que era su casa.
—Bueno… no es común en Oviedo.
Antón sonrió, y por un instante vi en su mirada un destello de melancolía.
—No es nada si no tienes a alguien con quien compartirlo.
No insistí. Había sinceridad en esa frase, sin dramatismos, como quien constata que no hay leche en la nevera, pero también algo que parecía parte de un guion que llevaba años repitiendo.

4. La Mujer del Pasado

Con el paso de las semanas empecé a frecuentar las fiestas de Antón casi por costumbre. Me hablaba con una confianza que me halagaba, como si yo formara parte de un círculo íntimo del que nadie más parecía tener noticia.
Una noche, entre dos canciones de Mecano que habían puesto por capricho nostálgico, me dijo su secreto.
—Estoy esperando a alguien —confesó—. Alguien muy importante para mí.
Y me habló de Lucía. Habían sido novios en el instituto. La típica historia: él, un joven sin dinero; ella, hija de un empresario local. Cuando Antón se marchó a Estados Unidos para empezar de cero, prometieron reencontrarse. Pero los años pasaron y ella terminó casándose con un hombre «con futuro».
—Volvió a Oviedo hace poco —dijo—. Sé que lo hará. Vendrá una noche, a una de mis fiestas.
Lo dijo con una convicción envidiable, casi mágica. Yo no tuve valor para contradecirlo.

5. Interferencias

Empecé a trabajar más horas en la asesoría, pero seguía acudiendo a la casa del Naranco. Antón confiaba en mí y, sin saber cómo, me convertí en una especie de confidente. Él me contaba sus planes, sus recuerdos, sus esperanzas. Me hablaba de Lucía como si fuese una presencia inevitable, un destino escrito.
Una tarde, mientras Marta y yo tomábamos un café en la Plaza del Fontán, vi a Lucía por primera vez —la reconocí por una foto en sepia que él me había mostrado—. Llevaba un vestido sencillo, elegante, y empujaba un carrito con su hijo. A su lado caminaba su marido, un abogado de aspecto impecable. Estaban riendo. Lucía tenía un aire tranquilo, de persona que ha encontrado su hueco en el mundo.
No tuve el valor de decírselo a Antón.

6. El Reencuentro

Pero el destino, o la testarudez humana, terminó juntándolos.
Sucedió en una fiesta especialmente concurrida. Yo estaba en la terraza cuando escuché un murmullo que crecía. Me di la vuelta y la vi entrar. Lucía, con un vestido azul, acompañada por una amiga. Se había separado hacía unos meses, supe después.
La reacción de Antón fue silenciosa: simplemente palideció y avanzó hacia ella como si el mundo se hubiera detenido.
No quiero repetir lo que se dijeron; algunas memorias son ajenas, privadas. Solo diré que se los vio hablar, reír, emocionarse. Parecían dos personas que recordaban algo que no sabían si había sucedido de verdad. La fiesta siguió a su alrededor como si fuera un decorado.
Esa noche, al despedirnos, Antón tenía un brillo en los ojos que nunca le había visto.
—Todo va a ser distinto ahora —dijo.

7. El Sueño y la Ciudad

Durante unas semanas, Oviedo pareció más luminosa. Antón y Lucía se vieron varias veces. Él hablaba de comprar una casa juntos, de empezar una vida nueva, de recuperar el tiempo perdido.
Pero yo sabía que algo no encajaba.
Lucía quería a Antón, sí, pero también quería proteger a su hijo, mantener cierta estabilidad, no romper del todo con su pasado. Antón no lo entendía. Él vivía en un sueño trazado durante años, un sueño al que no estaba dispuesto a renunciar.
—No puedo volver atrás —me dijo un día—. No puedo conformarme.

8. La Tormenta

La tensión estalló una noche de agosto. Lucía llegó a la casa acompañada de su exmarido, que exigía hablar con Antón. Discutieron en el jardín, lejos de la música. Yo estaba cerca, aunque intenté no escuchar.
Pero hubo gritos.
Y después silencio.
Cuando volví a ver a Antón, estaba solo, de pie junto a la barandilla. Miraba Oviedo como si fuera una ciudad desconocida.
—Se acabó —me dijo—. Él no va a permitir que estemos juntos.
Quise decirle que quizá era lo mejor, que los sueños, cuando se fuerzan demasiado, terminan por romperse. Pero guardé silencio.

9. La Caída

Los días siguientes fueron extrañamente tranquilos. No hubo fiestas. La música dejó de escucharse en la casa del Naranco. Antón se comportaba como un hombre agotado, pero también resuelto.
Una noche me llamó para despedirse.
—Me marcho —dijo—. Ya no hay nada que me retenga aquí.
Intenté convencerlo de que lo pensara, pero solo escuché que exhalaba una sonrisa. Hubo un breve silencio.
—Gracias por todo, de verdad. Eres el único amigo que he tenido desde que volví.
Y colgó.
A la mañana siguiente, supe la noticia.
La policía encontró su coche en una curva cerrada de la carretera del Naranco. No había señales de frenada. Algunos hablaron de accidente; otros, de desesperación. Yo no dije nada.

10. Epílogo: El Eco de un Sueño

La casa del Naranco quedó vacía durante meses. Un día pasé por allí y vi que la estaban desalojando: los muebles envueltos en plástico, las cristaleras sin luz. Nadie volvió a hablar de las fiestas.
A veces subo al mirador del Cristo para ver la ciudad al atardecer. Desde allí, Oviedo parece un lugar inmenso, lleno de vidas que siguen adelante sin recordar lo que dejaron atrás.
Pienso en Antón. En su fe ciega en un sueño. En su amor por algo que quizá solo existió en su memoria.
Y entiendo que, en el fondo, todos somos un poco como él: caminamos entre la lluvia buscando luces que ya se han apagado, intentando reconstruir un pasado que nunca vuelve, deseando que, una noche cualquiera, algo o alguien nos rescate del olvido.
Porque al final, la ciudad no cambia. Cambiamos nosotros.







© Humberto 2025

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